Revista de la Cátedra II de Psicopatología | Facultad de Psicología | Universidad de Buenos Aires
ANCLA 6 - "Locuras y perversiones"
Septiembre 2016
ORIENTACIONES

Locuras del último Lacan

Fabián Schejtman

Introducción

La noción de locura no es unívoca en la enseñanza de Lacan. Ni siquiera en su período final se deja reducir a una única versión: conviene abordarlas en plural. En lo que sigue intentamos elucidar esa heterogeneidad sirviéndonos de una clave que nos resulta eficaz: el par desencadenamiento-encadenamiento, en otros términos, la dupla síntoma-sinthome[1].

Locuras que desencadenan

En su Seminario 21 -"Los no incautos yerran"- Lacan aborda la locura en términos de desencadenamiento. Más precisamente, de liberación[2] de los tres registros -simbólico, imaginario y real- a partir de su anudamiento borromeo: "…si el caso es bueno, basta con […] cortar uno cualquiera de esos redondeles de hilo para que los otros dos queden libres uno del otro. En otras palabras […] si el caso es bueno, cuando a ustedes les falta uno de esos redondeles de hilo, ustedes deben volverse locos. Y es en esto que […] el caso que he llamado "libertad", es en esto que el buen caso consiste en saber que si hay algo normal es que, cuando una de las dimensiones les revienta, por una razón cualquiera, ustedes deben volverse verdaderamente locos"[3].

Y en oposición a este loco desencadenamiento del borromeo, propone a la neurosis, en principio[4]- como anudamiento olímpico: "Supongan el caso del otro nudo, que antes llamé olímpico; si uno de vuestros redondeles de hilo les... revienta, por así decir, debido a algo que no les concierne, ustedes no se volverán locos por ello. Y esto porque, lo sepan o no, los otros dos nudos se sostienen juntos, y eso quiere decir que ustedes están neuróticos"[5].

Ahora bien, el emblema de las olimpíadas, como se sabe, supone cinco anillos enlazados por interpenetración. Pero una interpenetración "no generalizada": en esta cadena cada eslabón se enlaza solamente con el -o los- que tiene a su lado; cada uno pasa por el agujero de su compañero más próximo. Es decir, se trata de un encadenamiento de cinco anillos en línea:

Pero, reducido por Lacan a uno de tres eslabones -el encadenamiento de sus tres registros: real, simbólico e imaginario-, debe entenderse que la cadena neurótica a la que aquí se está refiriendo no podría ser, sin embargo, un "olímpico de tres eslabones", una cadena "Mickey Mouse" como ésta:

Puesto que de ella no podría afirmarse que cortando cualquiera de sus redondeles los otros dos permanecerían enlazados -y esto es, muy precisamente, lo que aquí Lacan propone para la neurosis-. En el "olímpico de tres" eso sucede, efectivamente, sólo cuando se corta alguno de los eslabones de los extremos, diríamos, alguna de las dos orejas de Mickey. Pero si se corta el redondel del medio -en fin, la cara del ratón-, es evidente que los tres se desenlazan.

De modo que, necesariamente la cadena a la que Lacan se refiere en esta oportunidad para la neurosis -en la que efectivamente cortando cualquiera de los tres redondeles los otros dos permanecen juntos- es otra, en la que cada uno de los eslabones -todos ellos- pasan por el agujero de los otros dos:

En esta cadena la interpenetración sí se "generaliza" -cada uno de los eslabones pasa por el agujero de los otros- y entonces sí se verifica que, cortando cualquiera de ellos, los otros dos permanecen encadenados. Es el caso de esos anillos triples a los que se denomina alianzas "de la amistad", que no se confunden, por supuesto, con los anillos borromeos. En estos últimos, precisamente, ningún eslabón se interpenetra con otro -se enlazan "de no enlazarse" para decirlo poéticamente como lo hacía Lacan[6]-.

Mientras que en aquellas alianzas "de la amistad" hay multinterpenetración: en estos "amigos de fierro" ningún redondel deja de pasar por el agujero de los otros dos. Y la neurosis, así, aguantaría tanto como… algunas amistades: "…siempre afirmé algo que no se conoce lo suficiente, que los neuróticos son irreventables. Las únicas personas a las que vi comportarse de manera admirable durante la última guerra -dios sabe que no me causa especial agrado evocarla- son mis neuróticos, aquellos a quienes aún no había curado. Eran absolutamente sublimes. Nada los afectaba. Así les faltara lo real, lo imaginario o lo simbólico, ellos aguantaban"[7].

Los neuróticos serían, entonces, olímpicamente irreventables[8]. Y poco importa decidir en este punto si se continúa denominando olímpica a aquella cadena que, en esta ocasión, Lacan propone para la neurosis[9] -ya que se ha visto que no se condice estrictamente con el emblema de las olimpíadas-. Lo crucial, en verdad, es distinguirla del encadenamiento borromeo que, a partir de la suelta de uno cualquiera de sus componentes, se desencadena enteramente y Lacan plantea en esta oportunidad para la locura... o la psicosis desencadenada[10]:

Ahora bien, si se vuelve un seminario atrás, podrá recordarse que ya en "Aun" se abordaba la psicosis del presidente Schreber con esta misma orientación... borromea: "¿Quieren un ejemplo que les muestre de qué puede servir esta hilera de nudos plegados que vuelven a ser independientes con sólo cortar uno? No es muy difícil encontrarlo, y no por nada, en la psicosis. Recuerden lo que puebla alucinatoriamente la soledad de Schreber: Nun will ich mich... ahora me voy a... O también, Sie sollen namlich... en cuanto a ustedes, deberían... Estas frases interrumpidas, que llamé mensajes de código, dejan en suspenso no sé qué sustancia. Se percibe ahí la exigencia de una frase, sea cual fuere, que sea tal que uno de sus eslabones, al faltar, libere a todos los demás, o sea, les retire el Uno"[11]. El encadenamiento psicótico[12] es planteado así por Lacan como borromeo, y su desencadenamiento -y lo particular de algunos de los fenómenos que lo caracterizan en la locura- como la ruptura de esta cadena borromea de significantes por la liberación de Uno.[13]

Locuras que encadenan

Como se sabe, luego de una invitación de Jacques Aubert para que dicte, en junio de 1975, la conferencia de apertura del "V Simposio Internacional James Joyce"[14], Lacan dedica su vigésimo tercer seminario, especialmente, al estudio del escritor irlandés. Un interrogante sobrevuela, así, ese seminario -y se vuelve explícito en su quinta clase-: la pregunta por la locura de James Joyce. Hay que destacarlo, Lacan no interroga si Joyce era psicótico (cuestión que deja reposar en una Verwerfung "de hecho"[15]) sino... si estaba loco. Quizás pueda verse en ello la báscula de su interés -el de Lacan-: en su primera enseñanza localizado en la oposición neurosis-psicosis (mientras que el par encadenamiento-desencadenamiento se abría "dentro" de cada uno de los términos de aquella oposición inicial); en su última enseñanza en la díada encadenamiento-desencadenamiento (en tanto que la oposición neurosis-psicosis -¡sin desaparecer de su planteo!, como a veces se cree- es la que se subordina, o bien se incluye para cada miembro de este par). Pero, aun así, el asunto que importa es el siguiente: ¿es seguro que al preguntarse si Joyce estaba loco, Lacan interroga la posibilidad de un desencadenamiento en el escritor? Este es el punto: ¿Qué quiere decir "loco" en esta clase del Seminario 23?

Si Joyce deliraba, si efectivamente se creía un redentor, esa es la pregunta que Lacan, en ese contexto, dirige a Jacques Aubert, presente en su seminario: "Se lo pregunto a Jacques Aubert. ¿No hay en los escritos de Joyce lo que llamaré la sospecha de que es o se construye a sí mismo como lo que él llama en su lengua un redeemer, un redentor?"[16]. Pero, independientemente de la respuesta de Aubert -que rápidamente le señala a Lacan que Joyce habría dejado, sobre ello, algunas marcas en sus escritos[17]- nos interesa interrogar si ese delirio, esa locura que Lacan buscaba en Joyce, supone el desencadenamiento -que, tal como hemos visto, se planteaba como locura en el Seminario 21 y en el 20-… o no.

El asunto no es tan fácil de zanjar. Se trata de precisar si el delirio como tal conlleva siempre desencadenamiento, como podría seguirse de algunos fragmentos de la enseñanza anterior de Lacan. Piénsese, por ejemplo, en el Seminario 3, en el que el inicio del delirio se localiza a posteriori del estallido de la psicosis. Así lo indicaba Lacan en el cierre de su célebre comentario respecto de un caso de Katan: "Cuando la psicosis estalla, el sujeto se comportará como antes [...] Todo su comportamiento en relación al amigo que es el elemento piloto de su tentativa de estructuración en el momento de la pubertad, reaparece en su delirio. ¿A partir de qué momento delira? A partir del momento en que dice que su padre le persigue para matarlo, para robarlo, para castrarlo. [...] Pero el punto esencial, que nadie subraya, es que el delirio comienza a partir del momento en que la iniciativa viene de un Otro..."[18].

Pero sucede que, en la quinta clase del Seminario 23, Lacan continúa de este modo: "En este lugar puede ubicarse lo que planteo como problema en esta cháchara, a saber, si Joyce estaba loco o no. ¿Por qué, después de todo, Joyce no habría estado loco? Tanto más cuanto que esto no constituye un privilegio, si es cierto que en la mayoría lo simbólico, lo imaginario y lo real están enredados hasta tal punto que se continúan unos en otros, a falta de una operación que los distinga como en la cadena del nudo borromeo […] ¿Por qué no captar que cada uno de estos bucles se continúa en el otro de una manera estrictamente indistinta? Al mismo tiempo, no es un privilegio estar loco"[19].

Entonces, lejos de proponer a la locura como desencadenamiento, aquí, en el contexto del interrogante por la de Joyce, Lacan plantea precisamente a la locura -más bien generalizada, para "la mayoría"- como puesta en continuidad de los registros. Subrayamos: no se trata entonces de una locura que desencadena, sino de una que viene a empalmar las junturas de lo real con lo imaginario, de lo imaginario con lo simbólico y de lo simbólico con lo real, volviendo a los registros indistinguibles al transformarlos en una única cuerda anudada como un nudo de trébol:[20]

En este punto no puede menos que recordarse que tan solo dos clases antes, en este seminario, Lacan había abordado a la paranoia por esa vía: "En la medida en que un sujeto anuda de a tres lo imaginario, lo simbólico y lo real, sólo se sostiene por su continuidad. Lo imaginario, lo simbólico y lo real son una sola y misma consistencia, y en esto consiste la psicosis paranoica"[21]. Tal el "trébol paranoico", en el que los tres registros se siguen unos a otros poniéndose en continuidad. De modo que, tomando distancia de la locura que libera y desencadena -planteo del Seminario 21-, esta propuesta del Seminario 23 conduce a una locura que encadena, que anuda como un trébol, de carácter paranoide y, como ya destacamos, generalizada: "para la mayoría lo simbólico, lo imaginario y lo real están enredados hasta tal punto que se continúan unos en otros".

Unos dos años más tarde, Lacan habría de retomar esta perspectiva, acentuándola, al señalar que Freud "pensó que nada es más que sueño y que todo el mundo [...] es loco, es decir delirante".[22] Delirio y locura, todo el mundo sueña. Aquí la locura, encadenando, paradójicamente, salvaguarda el dormir: encadena y estabiliza. Pero en el Seminario 23 esta perspectiva llega más lejos aún, alcanzando las nociones de père-version y sinthome.

Locura, père-version y sinthome

Aunque la introducción del término père-version -así escrito, es decir, referido a la "versión [version] hacia [vers] el padre [père]"- es anterior[23] a El sinthome, únicamente a partir de que es retomado en él, termina definiendo al elemento cuarto que, desde el final del Seminario 22, es considerado irreductible en el lazo de lo simbólico, lo imaginario y lo real, constituyendo así un otro nombre para aquello que Lacan denomina sinthome en el Seminario 23.[24]

Ello empieza a verificarse en su primera clase: "No es el hecho de que estén rotos lo simbólico, lo imaginario y lo real lo que define a la perversión, sino que estos ya son distintos, de manera que hay que suponer un cuarto, que en esta oportunidad es el sinthome. Digo que hay que suponer tetrádico lo que hace al lazo borromeo -que perversión solo quiere decir versión hacia el padre…"[25]. Pero no deja de ser notorio también en su última clase: "La père-version sanciona el hecho de que Freud sostiene todo en la función del padre. Y eso es el nudo bo. […] mi nudo bo, que está bien pensado para evocar el monte Nebo, donde, como se dice, se otorgó la ley [...] La ley de la que se trata en este caso es simplemente la ley del amor, es decir la père-versión"[26]. Y bien, la père-version como ley del amor hacia [vers] el padre -o del padre, mantengamos la ambigüedad propia del genitivo- es el cuarto eslabón de este "nudo bo", de la cadena borromea que, así, no se sostiene sino de esta función del padre, que enlaza lo simbólico, lo imaginario y lo real. Como acabamos de señalarlo, otro modo de referirse a lo que en el Seminario 23 se denomina sinthome.

Pero lo que debemos destacar ahora es el lazo de esta père-version -y enseguida del sinthome, su otro nombre- con la locura y el delirio. Volviendo sobre la quinta clase del Seminario 23, encontramos esta articulación a partir de la pregunta de Lacan por la locura y el delirio en Joyce -esto es: si se creía efectivamente un redentor-: "La imaginación de ser el redentor, por lo menos en nuestra tradición, es el prototipo de la père-version. Esta idea chiflada del redentor surgió en la medida en que hay relación de hijo a padre, y esto desde hace mucho tiempo. El sadismo es para el padre, el masoquismo es para el hijo"[27].

Subrayemos: "hay relación de hijo a padre". Es claro, si no hay relación entre los sexos, en su lugar viene la relación filial, la complementariedad que sí hay "de hijo a padre". Tal la relación que la père-version instituye aquí -del mismo modo que el sinthome, veremos enseguida-, a partir de este "prototipo" delirante: delirio de redención o sadomasoquismo. Desde esta perspectiva, la locura delirante que encadena, la locura père-versa hace existir la relación que no hay. Pero, ¿habría alguna forma de hacer existir la relación sexual que no sea delirante? Es que, si no hay relación sexual, si en los seres hablantes no hay modo de escribir la relación entre los sexos, si por ello puede incluso proponerse una forclusión generalizada[28], de allí se sigue una "clínica universal del delirio"[29], correlativa del "todo el mundo es loco" destacado sobre el final de nuestro punto anterior: chifladuras con las que cada quien suple la relación sexual que no hay, tapona ese agujero estructural y se adormece en una realidad más o menos estable.

Ahora bien, si se recuerda que Lacan plantea que "donde hay sinthome hay relación"[30], se entrevé el acercamiento que aquí se produce -vía la père-version- entre el sinthome y este delirio generalizado, la locura que encadena a la que aquí nos referimos.

Locura o debilidad

Hemos distinguido las locuras que desencadenan -hacia el Seminario 21 de Lacan, con antecedentes en el Seminario 20- de las que encadenan -especialmente haciendo pie en Seminario 23 y de allí al "todo el mundo es loco"-. Nos preguntamos, ahora: ¿es que esa vía que va del Seminario 21 al 23 supone algún progreso? ¿Puede creerse que el Lacan de El sinthome y de su enseñanza posterior abandona la primera versión remitiendo la locura solamente al encadenamiento de la père-version?

No nos parece. En primer lugar, porque las dos versiones de la locura presentadas remiten, en última instancia, a cuestiones diversas. La primera, la locura como desencadenamiento, es referida por Lacan más bien a casos singulares, eventualmente al tipo clínico, mientras que la segunda, aquella que encadena, al carácter más general, somnoliento, dormitivo del ser hablante. De este modo, ninguna de estas definiciones anularía a la otra.

Pero, además, la ausencia de progreso -aunque no de avance- que afecta de modo general a la elaboración de Lacan[31], en este preciso caso debe subrayarse con sólo atender a la conocida opción que éste suelta sobre el final de la clase del 11 de enero de 1977 del Seminario 24: "Entre locura y debilidad mental, no tenemos sino la elección"[32]. En efecto, en este seminario, y a partir de esta disyunción, la locura vuelve a ser concebida como desencadenamiento, mientras que lo que encadena... ¡se cruza enfrente!: es la debilidad mental la que supone aquí encadenamiento, ya que ubicada en el primer rango entre las condiciones de lo mental[33] es así acercada por Lacan al sinthome: "todo lo que es mental, al fin de cuentas, es lo que yo escribo con el nombre de sinthome…"[34]. Diríamos, entonces: sinthomentalidad encadenante, en oposición, aquí a la nuevamente desencadenante locura.

La debilidad mental asegurada por el sinthome es, en este punto, homeostasis dormitiva, la que supone el encadenamiento de los registros por la reparación que aquél hace de la falla del anudamiento. Hacer existir la relación sexual apoyándose en alguna (père)versión sinthomática es la clave de esta debilidad soporífera que termina haciendo dieu-lire"[35]: delirio-lectura-religiosa que adormece de la relación que no hay. Y de este delirio divino no hay despertar... que no sea locura, aquí nuevamente, des-enlace de los registros por algún orden de encuentro con lo real, desencadenamiento: ¡creer o reventar! Pero esta locura desencadenante ya no es tan general, sino la excepción a la debilidad mental... generalizada.

Puede concluirse que, allí donde la locura es encadenamiento dormitivo, todo el mundo es loco, mientras que aquí, donde lo que encadena es débil, todo el mundo es débil mental[36].

Coda: Excepciones a la clínica universal del delirio

Si en el trébol delirante los tres registros -imaginario, simbólico y real- se ponen en continuidad garantizando la estabilidad somnolienta que caracteriza, según Lacan, al humano promedio, agreguemos aquí, sobre el final, unos ejercicios[37] que suponen su apertura[38], es decir, consideremos algunas excepciones a la clínica universal del delirio que, denominada así por Jacques-Alain Miller[39], ya era anticipada por Sigmund Freud[40] cuando ponía en serie los delirios paranoicos, los actos perversos y las fantasías neuróticas[41]. ¿Qué nos queda entonces fuera-de-serie en este caso?

En primer lugar, tal como lo destaca Miller, seguramente, la ironía esquizofrénica que, fuera de discurso, "no se defiende de lo real por medio de lo simbólico"[42]. Apliquémoslo pues al trébol, descosiéndolo precisamente allí: desconexión de simbólico y real.

Ello revela, en la esquizofrenia, la dificultad en el acceso al goce fálico en tanto que regulado, lo que no significa, en ella, necesariamente, su ausencia lisa y llana, sino más bien el empuje a un sin límite -del que puede dar cuenta, por ejemplo, el inusitado número de poluciones nocturnas sufridas oportunamente por el presidente Schreber[43]- en ausencia del borde que a ese goce le proporciona el empalme entre aquellos dos registros. Y que no se nos objete que en la esquizofrenia "todo lo simbólico es real"[44] pues, muy justamente, para que no lo sea, se precisa esa juntura que posibilita la introducción del vacío[45] que permite que las palabras no se traten como cosas: lo que, según Freud[46], no ocurre en la esquizofrenia.

Pero adicionemos ahora una segunda excepción a la clínica universal del delirio, introducida en este caso por la disyunción entre real e imaginario, que abre la localidad del goce del Otro, haciendo lugar al... Otro goce: femenino.

El des-nudo femenino subraya aquí, en efecto, que el goce adjetivado por Lacan de ese modo sólo lo es de una ausencia: la del goce del Otro -lo que indicamos por su tachadura-. El goce femenino, del cual una mujer "quizás nada sabe ella misma, a no ser que lo siente"[47], si es corporal, no obtiene su posibilidad más que de la apertura que afecta a un cuerpo tomado por una lógica que, de la inexistencia de la excepción, conduce al no-todo: lado mujer de las fórmulas de la sexuación[48]. Figurada -tal apertura- en el trébol descosido entre real e imaginario, se sigue de ahí también que este goce Otro, aunque sólo posible en un ser hablante, escapa a los poderes de la palabra revelando el punto en que lo simbólico consuma su mutis.

Agreguemos, por último, a estas dos rupturas del trébol delirante, una tercera que haga vacilar la conexión entre simbólico e imaginario, desbaratando la garantía de sentido que su confluencia, por lo general, asegura-.

Aun cuando no nos parezca la única operatoria que alcance tal fortuna, quisiéramos localizar allí la interpretación psicoanalítica y sus efectos. Hermana del Witz y de la poesía, la interpretación analítica es forzamiento que violenta el sentido común, desarmando la significación que adormece. En ello, hay que notarlo, se pone en cruz frente a la paranoia dirigida[49] que supone, también, un psicoanálisis -que, en este sentido, se incluye asimismo en la clínica universal del delirio-. Por cierto, la regla fundamental alienta esa vía delirante -"diga, diga... no es por nada que lo dirá"-, no menos que la estática de la transferencia[50] que al incluir al analista en el juego fantasmático le da aire a la suposición del goce del Otro[51]. Lo cual conduce derechito a trebolizarse[52]. Sin embargo, lo que se llama deseo del analista, en la interpretación, apunta a perturbar[53] ese empuje-al-delirio propio de la libre asociación y la transferencia. No debe olvidarse que, en términos estrictos -etimológicos, queremos decir-, analizar es... ¡desatar! Lo que, sin embargo, no hace de un psicoanalista un fanático del desanudamiento. Lejos de estar descosiendo tréboles a tontas y a locas, un analista sopesa cada vez -hasta donde puede hacerlo- los alcances de su intervención: el poco de cálculo que de él se espera.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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NOTAS

  1. Cf. SCHEJTMAN 2008 y SCHEJTMAN 2013.
  2. Retoma así, casi treinta años después, su texto "Acerca de la causalidad psíquica", donde ya acercaba libertad y locura. Cf. LACAN 1946.
  3. LACAN 1973-74: 11-12-73.
  4. Dado que nada impide concebir enloquecimientos neuróticos. Aunque de acuerdo a lo planteado en esta oportunidad por Lacan hasta aquí se concebirían de todos modos como desencadenamientos de cadenas olímpicas, no borromeas (lo que se modifica en sus seminarios posteriores: cf. SCHEJTMAN 2013, cap. 3).
  5. LACAN 1973-74: 11-12-73.
  6. Cf. LACAN 1974-75: 13-5-75.
  7. LACAN 1973-74: 11-12-73.
  8. Podría interrogarse el hecho de que estos "neuróticos no desencadenados" serían justamente aquellos a los que Lacan "no habría curado aún". ¿Significa esto que su cura pasaría por algún orden de desencadenamiento o de… enloquecimiento? Es lo que parece derivarse de este planteo.
  9. En esta clase del Seminario 21 Lacan llega incluso a proponer el anudamiento olímpico de Juanito: "…en una época escribí algo sobre la fobia de Juanito. [...] yo me preguntaba, como todo el mundo: ¿por qué le daban miedo los caballos? La explicación que yo encontré [...] es que el caballo era el representante de tres circuitos [...] incluso he ido a buscar una carta de Viena para marcarlos bien, porque ante todo eso está en el texto de Freud: ¿cómo los hubiera encontrado yo de otra manera? Esto en la medida en que la fobia de Juanito, está muy precisamente en ese nudo triple cuyos tres redondeles se sostienen juntos. Es en esto que es neurótico puesto que, así corten ustedes uno, los otros dos se sostienen siempre" (LACAN 1973-74, 11-12-73).
  10. El acercamiento entre psicosis y locura se extrema en estas clases del Seminario 21: "¿qué designa esa huella como retorno del Nombre del Padre en lo Real, en tanto que precisamente el Nombre del Padre está verworfen, forcluido, rechazado?; y si a ese título designa esa forclusión de la que dije que es el principio de la locura misma…" (LACAN, ibíd., 19-3-74).
  11. LACAN 1972-73: p. 154.
  12. Luego del Seminario 21, a partir de un segundo uso del borromeo en la última enseñanza de Lacan el asunto se invierte: el borromeo se aplica a la neurosis, mientras que la psicosis deviene no borromea: cf. SCHEJTMAN 2013: cap. 3.
  13. Puede subrayarse adicionalmente que, en las citas aludidas de ambos seminarios, se trata al desencadenamiento que enloquece en términos de "corte de un eslabón", o incluso como "reventón" de alguno de ellos, lo que más adelante en la enseñanza de Lacan, ya no se planteará de ese modo: en su lugar vendrá la noción de "lapsus del nudo" (cf. LACAN 1975-76: caps. V y VI y SCHEJTMAN 2013, cap. 3).
  14. Cf. LACAN 1975.
  15. LACAN 1975-76: p. 86.
  16. Ibíd.: p. 77.
  17. Cf. Ibíd.: p. 77-78.
  18. LACAN 1955-56: p. 275.
  19. LACAN 1975-76: p. 85.
  20. En cuanto a Joyce, en el marco de esta definición de locura que ya no es desencadenamiento, Lacan prosigue: "Propongo considerar que el caso de Joyce responde a un modo de suplir un desanudamiento del nudo" (ibíd., el destacado es nuestro). Y más: "¿Por qué no pensar el caso de Joyce en los siguientes términos? ¿Su deseo de ser un artista que mantendría ocupado a todo el mundo, a la mayor cantidad de gente posible en todo caso, no compensa exactamente que su padre nunca haya sido para él un padre?" (ibíd.: p. 86, el destacado es nuestro). Es decir, si Joyce estuviese loco, su locura sería compatible con la suplencia del desanudamiento, con su compensación: locura que anuda.
  21. LACAN 1975-76: p 53.
  22. LACAN 1978, p. 7.
  23. Existe una aparición en "El despertar de la primavera" referida a La mujer como versión del padre… sólo ilustrada como père-version (cf. LACAN 1974: p. 112), y luego unas pocas más en "RSI" ligadas con el respeto, sino el amor, al que un padre tiene derecho por su père-version, al hacer de una mujer el objeto (a) que causa su deseo (cf. LACAN 1974-75: 21-1-75) o, en relación con el plus de gozar, en tanto que proviene de la père-version, como versión a-père-itiva del gozar (cf. ibíd.: 8-4-75) o, incluso, por fin, atribuida a Dios (cf. ibíd.).
  24. Cf. SCHEJTMAN 2013, p. 110 y sigs.
  25. LACAN 1975-76: p. 20.
  26. Ibíd.: p. 148.
  27. Ibíd.: p. 82.
  28. Cf. MILLER 1986-87: p. 377-378, 391, 395, 400, 411.
  29. Cf. MILLER 1993.
  30. Cf. LACAN 1975-76: p. 98-99.
  31. Cf. SCHEJTMAN 2012.
  32. LACAN 1976-77: 11-1-77.
  33. Cf. ibíd.: 19-4-77.
  34. Ibíd.: 10-5-77.
  35. Cf. ibíd.: 17-5-77. "Dieu-lire": condensación entre dieu (dios) y delire (delirio) en la que suena, además, el verbo lire (leer).
  36. De ese mundo, claro está, no se excluyen Freud y Lacan: "Freud era un débil mental como todo el mundo y como yo mismo en particular..." (ibíd.: 19-4-77).
  37. Con los que, en cierta medida, retrocedemos respecto de nuestro punto de llegada. La père-version sinthomática nos conduce a una cadena en la que los tres registros se dejan enlazar por ese cuarto eslabón que nos adormece de la relación que no hay. Tal la puerta de entrada a la clínica psicoanalítica nodal: borromea o no, la cadena -al menos- tetrádica... de lo simbólico, lo imaginario y lo real más lo que funcione enlazándolos como reparación sinthomática -o no-, con sus "éxitos" y fracasos (cf. SCHEJTMAN 2013). En esta Coda, sin embargo, nos permitimos dar marcha atrás, volviendo de la cadena al nudo -de trébol en este caso-. Pero, está aludido más arriba: ¿es que debemos esperar de nuestra marcha algún progreso? Sólo avances... ¡por regresión! Los bucles, rizos, rulos o espirales a los que la clínica del psicoanálisis nos tiene habituados (cf. SCHEJTMAN 2012).
  38. Cf. los ensayos de apertura del trébol en LACAN 1975-76, p. 51, 56 y 71.
  39. Cf. MILLER 1993.
  40. Cf. FREUD 1908.
  41. La clínica universal del deliro tiene por base, así, los modos psicóticos, perversos o neuróticos de darle consistencia al goce del Otro. Diferentes, por supuesto: no es lo mismo identificar al goce en el lugar del Otro como tal -lo que la paranoia consigue- (cf. LACAN 1966), que volverse el instrumento (a) del goce del Otro -caso de la perversión- (cf. LACAN 1968-69), o suponerlo en el horizonte del fantasma... neurótico (cf. SCHEJTMAN 1993).
  42. Cf. MILLER 1993, p. 6. Subrayemos: no se defiende de lo real por medio de lo simbólico… del discurso. No que no haya simbólico en la esquizofrenia, ni que no suponga, con todo, ningún tratamiento de lo real… sino que en ella, precisamente, "todo lo simbólico es real" (LACAN 1954, p. 377); a lo que nos referimos enseguida.
  43. "Para mi derrumbe espiritual fue particularmente decisiva una noche en la que tuve un número absolutamente desusado de poluciones (quizá media docena) sólo esa noche. A partir de entonces aparecieron las primeras indicaciones de un trato con fuerzas sobrenaturales..." (SCHREBER 1903, p. 95).
  44. LACAN 1954, p. 377.
  45. "En el orden simbólico, los vacíos son tan significantes como los llenos; parece efectivamente, escuchando a Freud hoy, que es la hiancia de un vacío la que constituye el primer paso de todo su movimiento dialéctico. Es ciertamente lo que explica, al parecer, la insistencia que pone el esquizofrénico en reiterar ese paso. En vano, puesto que para él todo lo simbólico es real" (Ibíd.).
  46. Cf. FREUD 1915. Por lo demás, en ese texto asoma así la apertura del trébol aquí indicada: "Toda vez que ambas -palabra y cosa- no coinciden, la formación sustitutiva de la esquizofrenia diverge de la que se presenta en el caso de las neurosis de trasferencia" (Ibíd. p. 197).
  47. Cf. LACAN 1972-73, p. 90.
  48. Cf. LACAN 1972-73, caps.VI y VII. Fórmulas que, por lo demás, sostienen la oposición entre la perversión masculina y la femenina... locura: "No hay relación sexual porque el goce del Otro considerado como cuerpo es siempre inadecuado -perverso, por un lado, en tanto que el Otro se reduce al objeto a- y por el otro, diría, loco, enigmático". Ibíd., p. 174.
  49. Cf. LACAN 1948, p. 73.
  50. Cf. SCHEJTMAN 1994.
  51. Cf. SCHEJTMAN 1993.
  52. Traigamos aquí otras dos referencias de Lacan que subrayan esta dirección delirante, suturante, trebolizante, de la práctica analítica: "El psicoanálisis es una práctica delirante, pero es lo mejor de que se dispone actualmente para hacerle tener paciencia a esa incómoda situación de ser hombre. En todo caso, es lo mejor que encontró Freud. Y él sostuvo que el psicoanalista nunca debe vacilar en delirar" (cf. LACAN 1977, p. 44-45). Y: "... es preciso que en algún lado hagamos la sutura entre este simbólico que sólo se extiende hasta aquí y este imaginario que está acá. Se trata de un empalme de lo imaginario con el saber inconsciente. Todo eso para obtener un sentido, lo que es objeto de la respuesta del analista a lo que el analizante expone a lo largo de su síntoma. Cuando realizamos este empalme, hacemos con él al mismo tiempo otro, precisamente, entre lo que es simbólico y lo real. Es decir que por algún lado enseñamos al analizante a hacer un empalme entre su sinthome y lo real parásito del goce. Lo característico de nuestra operación, volver posible este goce, es lo mismo que lo que escribiría j'ouïs-sens [yo oigo-sentido, homófono de jouissance, goce]. Es lo mismo que oír un sentido. En el análisis se trata de suturas y empalmes. Pero es preciso decir que debemos considerar las instancias como realmente separadas. Imaginario, simbólico y real no se confunden. Encontrar un sentido implica saber cuál es el nudo y unirlo bien gracias a un artificio. ¿No es abusivo hacer un nudo con lo que llamaré una cadenudo borromea?" (LACAN 1975-76, p. 70-71). Quizás, ya allí, tal abuso, permite entrever la otra dirección que en esta ocasión subrayamos con el deseo del analista, que más bien desata. En fin, el psicoanalista no puede ser sino Jano o un "bombero pirómano" (cf. SOLER 1984-87, p. 70). Incluso, a veces, ata desatando cuando no desata atando.
  53. Si volviésemos ahora del nudo de trébol a la cadena de cuatro eslabones -sinthomada-, no dudaríamos en referirnos en este punto a la "perturbación de la defensa" (cf. LACAN 1976-77: 11-1-77), que no es sino... ¡perturbación del sinthome!: "... sólo tenemos eso, el equívoco, como arma contra el sinthome [...] jugar con ese equívoco que podría liberar el sinthome [...] la interpretación opera únicamente por el equívoco" (LACAN 1975-76, p. 17-18).