Revista de la Cátedra II de Psicopatología | Facultad de Psicología | Universidad de Buenos Aires
ANCLA 6 - "Locuras y perversiones"
Septiembre 2016
ACTUALIDAD

Una mujer es pegada

Marcelo Barros

Se habla de ello con creciente frecuencia. Se nos hace saber que una mujer es pegada. "Pegar" es, aquí, metonimia de todas las formas de agresión física. A veces una mujer es pegada hasta la muerte. El una mujer es pegada es algo más restringido que la "violencia contra la mujer". Ésta última abarca tanto la violencia institucional como la violencia criminal, los estragos de la guerra, la segregación legal como la ilegal, la explotación sexual, el acoso laboral, el acoso verbal, etc. La noción de violencia contra la mujer resulta además dilatada por los entusiastas de la reivindicación, para quienes casi cualquier conducta del varón hacia una mujer, en la medida en que la concierna como mujer, es sancionada como violenta. Mencionar ese extremo no es superfluo, sino que es algo que ha de importarnos más adelante.

Una dramática diferencia con otras formas de agresión, es que en el una mujer es pegada no se trata de la violencia de cualquier persona contra cualquier mujer, sino de la violencia que una mujer recibe de quien es o ha sido su pareja. Hay una relación íntima, actual o pretérita, entre el agresor y la persona agredida. Dejo de lado el problema de la "violencia psicológica", cuya noción ofrece dificultades para su demarcación. Si somos honestos, además, debería incluirse ahí la violencia psicológica que una mujer puede ejercer hacia su hombre (o sus propios hijos) y cuya existencia el discurso progresista desconoce de manera inmejorable. Por cierto, esa consideración bien puede llevar a la hipertrofia de la noción de "violencia", de modo tal que se la encuentre en todos los vínculos sin excepción. Aquí hay que tener presente que el psicoanálisis postula la existencia de un malestar irreductible en los encuentros y desencuentros de los seres que hablan. Lacan lo designó con el sintagma no hay relación sexual. Freud habló de una incongruencia entre los modos de elección de objeto. No hay relación de pareja –pareja de lo que sea– en la que el conflicto esté ausente. A pesar de eso, no es redundante hablar de violencia en los vínculos, porque en el marco de ese contexto conflictivo, de ese desencuentro de base, hay elaboraciones que distan largamente una de la otra. No es lo mismo tramitar un conflicto a través de una acción violenta que hacerlo por la palabra, aunque ella sea injuriante.

Doy al una mujer es pegada un alcance restringido a la violencia física en la relación de pareja heterosexual. Otros vínculos (familiares, homosexuales) pueden estar signados también por la violencia física, pero el una mujer es pegada (por un hombre) tiene una trascendencia social destacada. Esto se debe a que desborda por mucho lo episódico, suscitando marchas de protesta y campañas de concientización. El una mujer es pegada tiene resonancias políticas que trascienden al drama individual y no faltan razones para nombrarlo como un síntoma de la época, más allá de que se inserta en historias particulares muy diferentes entre sí. Aquí está en juego el estatuto de lo que Lacan llama en los Escritos "la instancia social de la mujer". Pero en otro plano no menos importante, también es un tema que va tocando cada vez más la cuestión del lugar de lo viril en el capitalismo tardío.

Se atribuye el una mujer es pegada a un orden cultural designado como "patriarcado", y a una gama de patrones de conducta y de pensamiento rubricados bajo el término de "machismo". Aunque ya en tiempos pretéritos la violencia del varón hacia una mujer era censurada por muchos, no podemos dudar de que el contexto patriarcal de la tradición la favoreciera de modo directo. Dado que se sostenía una concepción vertical de la relación marido-mujer, basta recordar que en la sociedad tradicional los maestros prodigaban con naturalidad el azote a los niños, los amos a los esclavos, y los oficiales a los soldados. Quien estuviese en una posición de subordinación podía ser disciplinado a golpes. El azote es el símbolo de la sociedad disciplinaria, y es también el símbolo de lo que la sociedad post-patriarcal habría dejado atrás, o estaría en vías de hacerlo, aunque no falten lugares en el mundo donde esas prácticas sigan vigentes. Ese azote guarda cierta relación con el "golpe fálico" que sigue la lógica del uno como marca serial, discreta y contable.

No hace falta haber leído Pegan a un niño para saber que ese azote forma parte de un imaginario ligado a la perversión, más allá de la estructura que pudiese estar en juego en cada caso, dado que el partenaire violento puede ser tanto neurótico, como psicótico o perverso. Y es conveniente advertir que recordar el fantasma de flagelación estudiado por Freud en Ein Kind wird geschlagen ("Un niño es pegado") tampoco supone hacer un diagnóstico de la persona agredida, ni incurrir en la torpe referencia al supuesto "masoquismo" de la mujer. En cualquier caso, recordemos que el fantasma perverso de flagelación es tan perverso como todos los fantasmas del neurótico. Lo que aquí hemos de tener en cuenta es que no se trata, en el una mujer es pegada, de una fantasía sino de una acción efectivamente violenta.

Si es cierto que los ejemplos de lo que Bourdieu llama la "dominación masculina" no faltan, no es menos cierto que la crítica al patriarcado y a la hegemonía del varón es hoy un lugar común que forma parte de un discurso previsible y cada vez más lejos de ser subversivo. No es que esa crítica haya dejado de ser verdadera y necesaria, sino que su poder enunciativo ya no es el mismo. Y es que la forma patriarcal del poder –aunque siga existiendo– no es la dominante desde hace mucho tiempo. Es algo destacado por muchos autores, entre los que sobresale M. Foucault, y que no escapó a Freud ni a Lacan. Las actuales formas de dominación se muestran compatibles con el discurso democrático, y el poder establecido es el primero en articular un discurso que aspira a ser "progresista". La "liberación de las mujeres" es una moneda mediática más que corriente, aunque no por serlo implica que se cumpla. El pensamiento reivindicativo fracasa en el punto donde desconoce que el paradigma del poder ha cambiado, y en esto tal vez haya que pensar que acaso hoy el "progresismo" sea más bien reaccionario.

Debería llamar nuestra atención que la violencia hacia la mujer en la relación de pareja aparezca como un fenómeno en crecimiento, siendo que nuestra época está signada por la declinación del orden patriarcal. A pesar de las campañas de prevención y concientización, de la creación de nuevas figuras jurídicas, del agravamiento de las penas, de la formación de centros de atención, del tratamiento cada vez más frecuente del tema en las redes sociales, del acceso de las mujeres a lugares de poder, de la promoción del ideal de la igualdad de géneros. El una mujer es pegada parece lejos de disminuir. Pocos advierten la paradoja, más allá de lo que persiste como vigente del orden patriarcal y del machismo. Pero resulta difícil sostener que ese patriarcado que sería el medio de cultivo del una mujer es pegada sea más fuerte hoy que hace diez, cincuenta, o cien años atrás.

Acaso el avance del una mujer es pegada sea una reacción del "sexo opresor" ante el advenimiento de una feminidad que va cobrando mayor espacio en las estructuras del poder. Pero en el plano de las relaciones de pareja cabe poner en duda el fetiche ideológico de que los hombres estarían muy afectados por la autonomía económica de las mujeres, y por que ellas detenten el poder fálico bajo cualquiera de sus formas. Freud señalaba que a los varones no les resulta tan difícil ser pasivos con sus mujeres, incluso ser mantenidos por ellas, y que a lo se resisten es a mostrarse pasivos ante otro hombre, factor que predomina en las inhibiciones laborales y académicas del sujeto masculino. Hoy no son pocos los hombres que exigen la inserción laboral de la mujer como una condición para la vida en pareja. La angustia que la mujer suscita en el hombre (y en ella misma) no reside en que detente atributos fálicos, sino más bien en lo contrario. De hecho, lo que siempre intrigó a Freud no fue que la sexualidad de las mujeres fuese tan fálica y asertiva como la de los hombres –cosa que él daba por descontado– sino la presencia en ellas de algo diferente. Y es ese algo diferente lo que muchos –y muchas– no toleran.

En contra de lo que Lacan llama "el partido de los predicadores políticos", el psicoanálisis sostiene la primacía del factor sexual por sobre las relaciones de poder. La violencia que está en juego en el una mujer es pegada está motivada primariamente por el horror, el odio y el desprecio ante lo femenino. Ahí ella está implicada como objeto, y no como sujeto. No es pegada por su ideología política o religiosa. Señalarlo no significa negar el interés masculino por ejercer poder sobre la mujer, sino vincular ese interés a una potencia desfalleciente y a la angustia ante un goce Otro, uno que, justamente, no es fálico. Necesario es resaltar que potencia y poder son cosas diferentes, y, para ser precisos, opuestas, en tanto la potencia no puede fundarse más que en el deseo y la castración. La violencia del varón es un signo inequívoco de su impotencia y su odio ante lo femenino. Impotencia que no se debe entender bajo la especie de la performance sexual. Si él no puede suscitar otra cosa que el temor, si "marca" el cuerpo de la mujer con su brutalidad, es porque no ha podido "marcarlo" en el plano libidinal, dándole a la noción de "marca" el sentido que tiene en la página 316 de Las formaciones del inconsciente. Es un valor de nominación en el plano del deseo, del goce y del amor.

En caso de abrazar la hipótesis de que el una mujer es pegada es un "nuevo síntoma", cabría preguntarse por qué lo es, dado que la violencia hacia la mujer no tiene nada de nuevo, y el patriarcado tampoco. Por lo pronto, no podemos no ver una paradoja en que la "feminización del mundo" traiga un imaginario de la mujer que la perfila como víctima. La posición de la mujer ha experimentado un cambio sustancial en cuanto a los derechos civiles, pero a la vez asistimos al establecimiento de una llamativa equivalencia entre la condición femenina y la condición de víctima. Al fenómeno de la violencia contra la mujer, se agrega un discurso que naturaliza la idea de que la violencia es el modo en que el varón se relaciona con la mujer. Son dos fenómenos diferentes que acaso guarden –o no– relación entre sí.

Hay una difusión progresiva de la noción de lo viril como esencialmente violento, y de la feminidad como victimizada. Aunque tal vez no sea necesario estigmatizar la masculinidad para prevenir, denunciar y sancionar la violencia, ni tampoco estigmatizar la feminidad entronizándola como víctima. Se argumentará que ello se hace efectivamente necesario en tanto las mujeres serían efectivamente víctimas. Sin duda sufren un grave perjuicio, y son objeto de un delito. Pero no se advierte que la categoría de la víctima tiene una connotación sacrificial, un plus de significación particular. Además, y esto es lo más importante, la víctima no inspira los mejores sentimientos. La victimización mediática refuerza la hostilidad, en lugar de atenuarla. E. Roudinesco señala con acierto que en la sociedad liberal el odio al Otro ha sido reemplazado por la compasión ante la víctima. Y un psicoanalista sabe cuánta agresividad puede haber en esa compasión. La ferocidad puede asumir hoy formas políticamente correctas que no estén reñidas con los ideales democráticos. En nuestra cultura civilizada, tolerante y pluralista, emerge sintomáticamente una visión sadiana –no sádica– de la relación hombre-mujer. Esto debe ser destacado más allá del diagnóstico que pudiera hacerse de cualquiera de los actores en el drama particular.

El discurso capitalista, que Marx rubricó como desestabilizador de la autoridad patriarcal, es el principal agente de la decadencia de la posición viril que Lacan comentó en La relación de objeto y en Los complejos familiares. Una de sus consecuencias es que lo viril resulte empujado hacia los márgenes, hacia lo censurable, lo oscuro, lo perverso. Si ya de por sí el sexo masculino se presenta como aquél que tiene "debilidad por la perversión", su estigmatización mediática lo relega todavía más hacia sus formas perversas. No podría ser de otro modo, siendo que la función del Nombre del Padre desfallece y se otorga la primacía al deseo materno como modo de estabilización del sujeto. Lo que afirmó Lacan sin que se le prestara mucha atención es que la declinación del Nombre del Padre traería la instauración de un orden social "de hierro", que es el que Foucault describe como "sociedad de control". La paradoja de este nuevo paradigma del poder es que la prescindencia de la autoridad lo hace más abarcador y eficaz en su designio de control. Es un poder, como dice Foucault, que invade enteramente. Totalitariamente. Tanto más cuanto que no requiere de un discurso político totalitario.

El Holocausto no hubiera sido posible sin el odio tradicional hacia los judíos que la cristiandad sostuvo durante siglos. Sin embargo, implicó algo nuevo. No fue la simple prolongación del secular antisemitismo europeo. Salvando las distancias, reconocemos también que el una mujer es pegada resulta impensable sin el "machismo eterno" de la sociedad patriarcal. Pero a la vez implica otra cosa, algo que antes no estaba.

Es oportuno comentar un breve y controvertido pasaje de la página 238 de Las formaciones del inconsciente, donde Lacan hace referencia a la escena final de la novela Brave new World ("Un mundo feliz") de Aldous Huxley. Lacan viene de señalar que el autor nos describe un mundo hiperorganizado –un orden de hierro– en el que todo marcha bien. Es un mundo hiperfuncional. La utopía de Huxley bien puede ser el modelo hacia el cual tiende el capitalismo tardío. Un mundo en el que la programación de la vida se hace absoluta, exhaustiva. Lacan no toma partido al respecto. Pero lo que comenta con interés es que el autor –Huxley– "hace revivir el mundo que él conoce, y también nosotros, por medio de un personaje que no es cualquiera –una chica que manifiesta su necesidad de ser fustigada. A él le parece sin lugar a dudas que ahí hay algo estrechamente vinculado con el carácter de humanidad del mundo." Hay que decir que tomar esto como una apología de la violencia por parte de Huxley, o de Lacan, da cuenta de una imbecilidad de la que nuestros inquisidores modernos son, por otra parte, muy capaces. No podemos hacer nada al respecto con eso. Para ir a lo importante, según Lacan, Huxley hace aparecer la escena de flagelación, no ya como un supuesto rasgo femenino, sino como algo esencial a lo humano. El oscuro deseo del flagelo que aparece en la grieta de un mundo que habría abolido la noción de lo real en su afán de programación absoluta. La perversión –nuestro "lado oscuro"– es algo que el discurso analítico establece, justamente, como algo ligado a la humanidad de lo humano. Eso no implica, a esa perversión, "justificarla", porque el discurso analítico no justifica nada.

En la fantasía de Huxley –y no sólo de él– el flagelo es una metáfora del "golpe de lo real". Su carácter metafórico es igual a su carácter sintomático. Porque lo que Lacan no menciona es que en el libro de Huxley esa flagelación empieza a ser imitada masivamente y se extiende como reguero de pólvora. Se convierte en una epidemia. Lo que se nos representa es el retorno, en acto, de aquello que la sociedad de control ha querido erradicar. Lo único garantizado en la sociedad tradicional era la castración. El sujeto de la tradición creía en el "golpe de lo real", en esos golpes que, al decir de César Vallejo, son "como del odio de Dios". Si al igual que el psicótico el sujeto moderno descree de lo real, de lo que podría agujerear su narcisismo, no sería tan raro que asistiéramos a una generalización de las formas perversas de estabilización. Camus dice en La peste que el sujeto de la modernidad no cree en el azote de la plaga (fléau). Pero eso en lo que no cree retorna, y de la peor manera. El una mujer es pegada es un síntoma de la época que se perfila también como una plaga que nos interpela.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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