Revista de la Cátedra II de Psicopatología | Facultad de Psicología | Universidad de Buenos Aires
ANCLA 6 - "Locuras y perversiones"
Septiembre 2016
CASOS

Compensación psicótica de la père-versión ausente

Julia Eisbroch, Darío Leicach, Federico Sánchez

El presente trabajo tiene por objetivo realizar un ejercicio de diagnóstico diferencial entre psicosis y perversión, a partir de la reseña del caso clínico de un paciente atendido en la unidad psiquiátrica de un penal. Se propone, además, contemplando ciertas afirmaciones realizadas por el paciente, cuestionar la utilización del criterio de perversión atribuido por la institución que lo mantiene recluido. Este diagnóstico se desprende de sus actos criminales que incluyen víctimas infantiles, y que ha determinado que se considere al paciente como un pedófilo o perverso.

Ya en el número inicial de esta revista, Fabián Schejtman señalaba en su texto "La liquidación de las Perversiones", que el uso de la perversión como categoría diagnóstica había tenido sus transformaciones, pasando de ser parte del discurso médico-psiquiátrico, principalmente en la obra de Krafft-Ebing en donde se le restó la noción moral y religiosa, para diluirse finalmente en los manuales como el DSM en la categoría de las parafilias. Amén de este devenir, persiste un factor común en cuanto que es el criterio comportamental el adoptado para su diagnóstico, equiparando incluso en una misma categoría prácticas perversas y fantasías.

El psicoanálisis formula el diagnóstico a partir de la subjetividad, lo cual implica la división estructural: psicosis, neurosis y perversión. Se pueden ubicar modificaciones sobre el concepto de estructura en la obra de Lacan, pero en ningún momento confunde la fantasía con la perversión. También en los textos freudianos, la sexualidad es diferenciada de la genitalidad, definiendo una relación contingente entre la pulsión y su objeto parcial. Es decir que para Freud la sexualidad es estructuralmente perversa. Sin embargo, él también diferencia claramente las fantasías de las perversiones: los neuróticos fantasean aquello que los perversos actúan.

De aquel proceso de liquidación "si la paidofilia se preserva […] ello lo consigue al precio de conservarse propiamente en la esfera del delito…" (SCHEJTMAN 2007, 21), es decir que se la asocia a la perversión como conducta… delictiva, conservando a la vez su lugar junto a otros trastornos parafílicos.

Pues bien, estas conductas aparentemente coinciden con las relatadas por Ramiro, paciente al que se referirá este escrito. Tanto es así, que el discurso jurídico lo considera de alta peligrosidad, motivo por el cual continúa preso, sin condena. Sin embargo, el abordaje realizado durante el tratamiento, pondrá en evidencia que se trata más bien de una estructura psicótica en donde esas conductas perversas tienen una función particular.

Presentación del caso

Como hemos mencionado, Ramiro se encuentra alojado en la unidad psiquiátrica de un penal. Las primeras entrevistas se llevan a cabo en su celda. Permanece en ella todo el tiempo porque lo invade un temor que no puede o no quiere enunciar. Nos dice: "Soy paranoico, pero eso no quita que me persigan y me quieran hacer maldades. Sé que muchas cosas me las imagino, pero acá hay gente muy maldita."

El paciente fue derivado por su anterior terapeuta -mujer- con la que el tratamiento se interrumpió a partir de que él comenzara a percibir gestos obscenos durante las sesiones y descubrir conspiraciones que ella organizó en su contra. La ha visto hablando con gente que quiere tentarlo, hacerlo enojar para que lastime a alguien, y así a su vez puedan lastimarlo a él. El propio paciente dirá que el tratamiento con ella sirvió por un tiempo, durante el cual Ramiro refiere "haber sacado toda la mierda." "Cuando ella vio el monstruo que soy, comenzó a actuar como un carcelero más, queriendo castigarme y humillarme."

Su actual terapeuta, advertido de esto, mantendrá una posición calculada de ingenuidad sostenida en el hecho de que en ese momento recién comenzaba su práctica en el contexto carcelario. El estilo de estos primeros encuentros será el de un espacio donde un "preso viejo" le enseñará a un "joven profesional" la verdad de la cárcel.

Una Infancia sin Ley

Ramiro nació y se crió en una región rural apartada. Su padre alcohólico lo golpeaba a él y a sus hermanos, teniendo preferencia por los menores, aquellos que no se podían defender. En su relato no logra dar cuenta de una genealogía, sino de un orden donde "los más fuertes dominaban a los débiles". Poco dice de su madre, salvo que fue una mujer débil que quedó bajo el bestial yugo paterno.

El primer homicidio que Ramiro cometió fue el de un hombre que abusó de una de sus hermanas. Este hecho que marcó la salida del hogar paterno, escapando de la justicia, dará inicio a una vida nómada. A cada nuevo crimen, una nueva mudanza. En sus delitos siempre aparece un provocador que, en palabras de Ramiro, convoca su maldad. Se produce de esta manera una reversión dónde Ramiro deja el lugar de víctima para ocupar el lugar del abusador. Las víctimas infantiles de Ramiro serán siempre enviadas por alguien con el fin de tentarlo. No se despliega esto a modo de coartada o excusa, sino que asoma una trama de "perseguidores-tentadores".

Nominaciones: Maldito – Violín – El Iluminado

Los años que siguen a este primer crimen serán caracterizados por él como "...viviendo en una selva, rodeado de animales feroces. Yo era como esos animales." Los recuerdos que Ramiro aporta a las sesiones tienen que ver con sus actos de paidofilia[1]: de cómo le son "entregados" niños para que él caiga "en la tentación de la carne". Maldito es él, que cedió a los impulsos de su goce, un goce corporal sin límites, que se le impone donde no hay Otro que lo regule: "No me importaba nada de los demás, sólo mi placer". Durante este período, se define como un monstruo que está siempre dispuesto y atento a su próxima fechoría.

A sus 35 años Ramiro es encarcelado, acusado de haber abusado sexualmente de un niño. Dice que el crimen que le imputan fue "armado" y que éste delito, a diferencia de muchos otros, es falso. La justicia determina que Ramiro es inimputable dado su cuadro psiquiátrico. Un "defecto en su culpabilidad", dirá el discurso jurídico. Pero el juzgado impone una "medida de seguridad", figura legal que supone un resguardo preventivo de la persona y/o la sociedad. Esta es una medida que no tiene una fecha de finalización pautada, sino que se sostendrá hasta que se considere que la peligrosidad de la persona haya cesado. Esta situación reproduce y amplifica la posición de Ramiro, en tanto que opera un Juez, pero sin justicia. Ramiro se ve detenido por un crimen que cree no haber cometido y la pena, queda postergada en una figura legal que considera caprichosa en tanto no vislumbra un final a su encierro[2].

Si en libertad Ramiro se catalogaba como "monstruo", de la jerga carcelaria le llegará una nueva nominación, la de "violín", término usado para señalar a quienes han cometido delitos sexuales. Quienes entran en este grupo carecen de todo miramiento o derecho por parte de otros detenidos o guardiacárceles. A partir de esto Ramiro localizará en el sistema penal una voluntad concreta de destruirlo. Relata que, en sus primeros años, estando a cargo del comedor de los oficiales, encontró en ese lugar a un niño durmiendo. Dedujo del evento que los guardias lo pusieron a prueba, para ver si se encontraba rehabilitado. Esto se multiplicará en mil eventos en los cuales se encontrará invariablemente la rúbrica de su delirio: la certeza de que atentan contra él apelando a la tentación de su lado más inhumano y brutal con el fin de destruirlo.

El encuentro con Dios, a través de un compañero de reclusión, marcará un punto de inflexión en la vida de Ramiro. Este hombre le explicará que Dios también puede salvarlo a él, si se entrega al Ser supremo orando. Es a partir de esta práctica que Ramiro comienza a sentir en su cuerpo un goce nuevo, distinto al de la carne y de la sangre, asociado a la satisfacción egoísta y destructiva. Ubicará por primera vez el amor, hacia la figura de Dios. Comenzará a leer la Biblia y a mantener una práctica religiosa personal y por fuera de toda institución: los seres humanos y sus creaciones son imperfectos y se encuentran contaminados de maldad, sólo Dios es perfecto en su bondad, El será su único interlocutor, que se le presenta como una voz áfona o como una experiencia corporal. Descubrirá también el poder de Dios en pequeños milagros que se manifiestan en lo cotidiano y sólo él sabe leer.

Ramiro plantea que es el temor a Dios lo que le ha otorgado sentido a su vida, el temor de lo que él llama "la segunda muerte", la muerte del alma. Las "provocaciones" tomarán un nuevo sentido: serán pruebas maquinadas por el Diablo a las que él tendrá que resistir para garantizarse un lugar en el cielo. Surge allí una delimitación del campo del goce, previamente desbordado. Adjudicará al Diablo los placeres de la carne y a Dios la salvación del alma.

Un hombre de política

Al poco tiempo de desplegarse el delirio místico de Ramiro, Néstor Kirchner asume la presidencia. Ramiro, que cuenta con un televisor en su celda, será un testigo maravillado del cambio político en el que leerá por primera vez en lo humano una entidad restauradora de la corrupción humana. Así como en su encuentro con Dios le deparó la separación lo bueno y lo malo en el hombre, ahora podrá encontrar en la sociedad a quienes luchan a favor de los humildes (los peronistas) y un grupo malvado al que sólo le interesa su propio bienestar (los gorilas), aportándole un nuevo ordenamiento simbólico. Ramiro no es un militante más, las consignas políticas son llevadas hasta la certeza radical y revelan una realidad que se impone como única, que "le concierne", en tanto él se ubica como una pieza clave de esta trama.

Ignorancia o malevolencia

Dentro del tratamiento de Ramiro, que continúa hasta la actualidad, se han producido muchos movimientos: sin la necesidad de medicación, el paciente ha logrado establecer relaciones amistosas con otros compañeros de encierro. Ya no permanece todo el día en su habitación, por más que prefiera el aislamiento a la sociedad. Lo que no ha cambiado es esa relación en la cual Ramiro detenta el saber, que muchas veces le es transmitido por Dios y el analista sigue siendo ubicado, transferencialmente, como un joven inexperto.

El trabajo se sigue centrando alrededor de los fenómenos de transformación que produce su encuentro con Dios y en la ética que se desprende de las ideas políticas a las que adhiere, sin ahondar en las intenciones y razones de sus perseguidores. Por ejemplo, en una sesión Ramiro comienza a contar sobre una red criminal que opera en otro país y que "tiene contactos hasta lo más alto del poder", pero al comenzar a relatar las actividades de esta red, vacila, y dice que prefiere no contar más de ello, ya que teme "comprometer" al analista. Hasta el momento, esta restricción no ha representado un obstáculo en el avance de las entrevistas y el proceso que allí ocurre.

La ley y el (des)orden

Efectuando una lectura diacrónica, podemos plantear que Ramiro ha transitado por distintas instancias respecto a la legalidad. En su infancia, recuerda un orden establecido según la ley del más fuerte, una ley ejercida cruelmente por el padre sobre él y sus débiles hermanos. Cuando luego comiencen sus relatos sobre hechos delictivos, violaciones y asesinatos, recurrirá a la alusión a una ley de la selva, en donde él se ubica como otro "animal feroz" atacando a sus víctimas. La ley jurídica lo alcanzará finalmente y el poder de este encierro, detendrá sus actos que pasarán a quedar en la antesala de su realización; tentaciones ante las que se sobrepone, recurriendo ya una terminología propia del nuevo ordenador: la ley divina. La ley de Dios modificará los puntos clave de su delirio, donde ahora ya no se presentarán las provocaciones como viniendo de un lugar ignoto, sino que en esta nueva dualidad. Será el Diablo el que buscará poner a prueba su fe en un Dios a quien teme por la consecuencia definitiva de sus malos actos: "la segunda muerte"[3]. Este nuevo orden, que separa los placeres carnales del amor al prójimo, lo hace receptor de la presencia de Dios con quien entabla una relación personal y apaciguadora. Produce en su cuerpo la experiencia de un goce nuevo, y a su vez manifiesta cierto temor hacia Él, que opera como límite.

Y, por último, surge otro organizador, que podríamos denominar la ley del relato K, donde opone a "gorilas y peronistas", su nueva forma de delirio, donde considera a una agrupación política "del lado de los buenos", del que queda también su analista. De esta manera obtiene un nuevo lugar, separado de las tentaciones peligrosas, estableciendo diferencias con figuras antagónicas: por un lado Dios, que separa la bondad de la maldad, por otro el gobierno frente a las corporaciones.

En vista de lo señalado, podemos plantear que ante la falta simbólica de contar con ese significante "…que es el nombre del padre en tanto que, justamente, funda como tal el hecho de que hay Ley" (LACAN 1957-58, 151), Ramiro ha suplido por otras vías esa legalidad rechazada. En algunos casos con mayor eficacia, instaurando un orden antagónico que le permite establecer una referencia. Fija así un límite que lo distancia del Otro que lo provocaba, y al que ahora puede dominar porque se ubica debajo de una ley que está por encima de él.

En su anterior posición, ante toda incitación él "sólo pensaba en su placer", pero en la actualidad él ya no se reconoce como estableciendo ese orden que le aportaba una justificación sobre aquellas atrocidades que practicaba. Ahora en cambio, se ubica siendo alguien que se somete a los binomios que polarizan su realidad tejida por significaciones, que no deja de tener los indicadores de una realidad delirante o la alusión indubitable de que se refiere a él, pero que ya no lo arrastra al goce sin límite, fuera de la ley.

Discusión diagnóstica

Como es reseñado al comienzo, los manuales de diagnóstico han tomado criterios comportamentales designando con el concepto de parafilia tanto las prácticas que se consideraban perversas, como así también las fantasías de los neuróticos. Según estos, desde una perspectiva descriptiva, Ramiro sería denominado psicópata o pervertido, en tanto sus actos toma como víctimas a niños. Del mismo modo se ubicó el discurso jurídico.

El psicoanálisis fundamenta su diagnóstico en la subjetividad, lo cual implica la distinción estructural: psicosis, neurosis y perversión. Se pueden ubicar modificaciones sobre el concepto de estructura, pero en ningún momento, se confunde la fantasía con la perversión. De considerar únicamente los actos relatados por el paciente se lo podría diagnosticar como perverso. Sin embargo, Lacan realiza ciertas afirmaciones sobre la perversión que ponen en duda este diagnóstico. En el Seminario X plantea: "...en el perverso el deseo se manifiesta como voluntad de goce, como lo que hace la ley, la subvierte [...] En cambio, el neurótico pasa por la instauración de la ley simbólica para sostener su deseo". Luego en el Seminario XVI dice que el sádico obedece, al ser instrumento del goce del Otro. Ramiro plantea que es tentado a realizar sus actos perversos. Por lo tanto, no es él quien ejerce la voluntad de goce, sino él que se siente gozado por el Otro. Él responde a las provocaciones de los otros. Sus actos, por más atroces que sean, no están ofrecidos al Otro, sino que son una defensa frente a la incitación de goce. Cuando hace referencia a ser un "maldito que cede a la carne y al impulso de su goce", el relato se podría ubicar como perverso desde lo descriptivo, pero dicha maldad es promovida por Otro que lo empuja a gozar. Entonces, se trata en realidad de actos perversos en una estructura psicótica, en la cual es el Otro quien toma la iniciativa sobre él.

Acerca del sadismo o lo sadiano

En el Seminario XIX, Lacan dice que "el mérito que se le puede dar al texto de Sade es llamar a las cosas por su nombre; gozar es gozar de un cuerpo". Pero afirma que esto tiene resonancias sadianas y no sádicas. Respecto del sadismo estructural, en cambio, el goce es ofrecido al Otro, en el cual el perverso es un ferviente creyente. Ramiro, sin embargo, frente a la iniciativa del Otro, respondió con actos del tipo perverso que no lo anudaban. Más que reintegrarle el goce al Otro, experimenta que éste lo goza. El anudamiento producido en el análisis es singular y novedoso en su vida. La forma actual del delirio, en relación a su encuentro con Dios y a su forma política, logra regular su goce.

Este caso demuestra que no es posible realizar los diagnósticos desde las conductas de los sujetos sino desde su posición subjetiva. Al tomar la clínica del detalle pudiendo observar los fenómenos elementales, dando cuenta tanto de los síntomas como de posibles anudamientos, le posibilita al analista situarse en la cura. Y lo obtenido no sólo se refiere a tomar testimonio del delirio, sino también a un trabajo bajo transferencia que posibilitó hasta el momento una estabilización.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • FREUD, S. (1905): "Tres ensayos de teoría sexual". En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1986, t. VII.
  • LACAN, J. (1957-58): El Seminario, libro 5: "Las formaciones del inconsciente". Buenos Aires, Paidós, 1999.
  • LACAN, J. (1962-63): El Seminario, libro 10: "La Angustia". Buenos Aires, Paidós, 2006.
  • LACAN, J. (1968-69): El Seminario, libro 16: "De un Otro al otro". Buenos Aires, Paidós, 2008.
  • LACAN, J. (1971-72): El Seminario, libro 19: "... o peor". Buenos Aires, Paidós, 2012.
  • SCHEJTMAN, F. (2007): "La liquidación de las perversiones". En Ancla, Revista de la Cátedra II de Psicopatología de la UBA, 1, Buenos Aires, 2007.

NOTAS

  1. Sin embargo, Ramiro nunca relatará al terapeuta detalles concretos de actos sexuales.
  2. Paradójicamente, si Ramiro hubiera sido declarado culpable por sus delitos, la pena máxima tendría un número concreto, no mayor a 25 años.
  3. "Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los que cometen inmoralidades sexuales, […] recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Ésta es la segunda muerte" Apocalipsis, 21:8.