Un caso de "Locura Femenina"
"Un cuerpo de mujer al ojo del espejo y una voz femenina que orienta…suave susurro que anida lo Real y sorpresivamente trae la calma… Tanto dolor! ¿Dónde ha quedado? Un dolor sin cuerpo, sin sexo que se esfuma… Y una mujer sin cuerpo, ¿Dónde irán a deshacerse sus lágrimas? ¿Dónde morirá el eco de su risa sin razón? Y un vacío que refugia un ser desnudo, sin abrigo, sin maquillaje… Y una invención allí donde el vacío es nada y nada es invención que enmascara un vacío… Un cuerpo de mujer, dulce perfume que enfrasca un ser, para ser…
Desorientada y atormentada por un murmullo injuriante que vocifera a su alrededor, Amanda llega al Hospital acompañada por un policía. Al concertar la primera entrevista con ella, repite una y otra vez que ha sido violada, secuestrada, atropellada y golpeada por diversos personajes, cuya identidad está sujeta a una lógica efímera y cambiante tal como lo está su estado de ánimo en aquella oportunidad y en lo sucesivo toda vez que me dirija a su encuentro. Entre risas rectificantes y un llanto insospechado que la toma por total sorpresa, confiesa que si no se hubiera muerto su padre cuando ella era una niña, no estaría internada; se culpa por "ser una mierda, una molestia" para su familia y de no haber podido cuidar de su perrito- al que llama "mi hijo"- al no vacunarlo tornando imposible-y poniendo a su cuenta- la contingencia de su muerte. Aquellas palabras que suelta Amanda "como un cassette que se rebobina y empieza de nuevo"-interesante modo de subjetivar el fenómeno de automatismo mental-, se acompañan del gesto de tomarme de la mano para reflexionar acerca de que ambas somos mujeres: "Somos mujeres y estamos unidas" suele decir, resaltando los rasgos que considera exclusivos de la feminidad: ser elegante para vestirse y fina al hablar, saber peinarse, maquillarse, usar buenos perfumes. Al conectarse con estas cuestiones, la expresión de su rostro cambia súbitamente: detrás de aquellas lágrimas teñidas de autorrepoches, se asoma una sonrisa apaciguante y desculpabilizante que da tregua al desesperante dolor de existir, del que la paciente una y otra vez da testimonio en los jardines del hospicio.
Un detalle revelador sorprende al sujeto en su posición gozosa: "de hacerse pegar a mandar en su propio cuerpo".
Y una mañana, encuentro a Amanda con un ojo morado, fundamentando muy angustiada que otra paciente le propinó una golpiza por haberle robado un cigarrillo. Me llama poderosamente la atención el grado de exposición al que queda sometida, tanto al hacerse golpear como al mostrarse golpeada, ofreciendo su cuerpo mortificado a la mirada del Otro, sin velos. Decido entonces interrogar la causa de este hecho al tiempo que señalo las consecuencias de sus actos y la posibilidad de hacer un cálculo anticipatorio: "Si robás es probable que resultes golpeada". A continuación intervengo subrayando: "No está bueno hacerse golpear, hay que cuidar el cuerpo". Ante mi señalamiento explica tímidamente: "Las voces de hombres que me hablan me dijeron que robara… a veces me dicen que pegue, otras que tenga relaciones sexuales con cualquier tipo". Se queda en silencio por un momento y rápidamente reanuda su discurso con la siguiente frase: "El otro día me exigieron que me cortara el pelo bien corto y yo dije NO, ese corte es de varón y yo soy mujer". Frase inequívocamente marcada por el corte y la diferencia, que ofrece una oportunidad para señalar la posibilidad de separarse de esas voces injuriantes y adoptar una posición diversa. Operación de separación que invita al surgimiento de un sujeto; emancipación fortuita y no obstante sujeta a una lógica precisa que se despliega en aquellos dichos. Al sancionar la singularidad de esa respuesta novedosa - en la medida en que logra separarse de las órdenes proferidas por las voces masculinas - pasa al estatuto de la contingencia la necesidad de responder automáticamente con el cuerpo. Dicho viraje en la posición subjetiva de la paciente comienza a cristalizarse en la siguiente frase: "Soy yo la que debe mandar en mi cuerpo". Frase que repetirá en adelante cada vez que reciba una orden, reposicionándose frente a las voces como agente de sus propios actos.
Un tratamiento es posible en la psicosis: La irrupción de las voces femeninas y un tratamiento de lo real por lo real.
En consonancia con aquél movimiento en la posición de Amanda frente a lo real del goce intrusivo, surgen unas voces que denomina femeninas y cuya particularidad descansa en que son voces que cuidan, "me dicen cómo tengo que manejarme en la calle para que no me pase nada malo y cómo tengo que hacer para ser femenina". A partir de aquí la paciente comenzará a realizar diariamente una serie de "rituales", prácticas que interpreta como necesarias para acentuar su ser femenino y que tienen como común denominador el cuidado de su propio cuerpo: pintarse las uñas, maquillarse el rostro, peinarse, hacerse bijouterie en el taller de terapia ocupacional, entre otras.
Es en este punto que comienzo a interrogarme acerca del tratamiento de lo real – me refiero a ese goce en exceso, intrusivo que irrumpe fuera del desfiladero de la cadena significante: las voces masculinas injuriantes e imperativas – por lo real – hago ahora alusión a esas voces femeninas, protectoras y orientadoras cuya función radica en alzar un dique frente aquel real atormentador a través de hacerse a sí misma en su propio cuerpo mediante los rituales feminizantes. Siguiendo las pistas que arroja el doctor Lacan en su última enseñanza, la estructura esquizofrénica se revela en ese modo particular de anudamiento – no borromeo - en la que el redondel de lo real y de lo simbólico quedan interpenetrados, siendo su correlato clínico la presencia del significante en lo real (aparato de influencia bajo el modo de voces alucinadas que ordenan y manejan su cuerpo). Bajo estas coordenadas la dimensión del cuerpo, condensada en el registro imaginario, se presenta suelto; testimonio de ello, la ausencia del registro del dolor – imposibilidad de subjetivar el cuerpo como propio - y la sensación inefable de no poder mandar en su propio cuerpo. Resulta pertinente localizar allí el sitio en el que se produce el lapsus del nudo, con la correlativa dispersión de lo imaginario. Localización que a posteriori confirmará el surgimiento de la solución sinthomática eficaz y estabilizadora.
Amanda da cuenta de un primer tratamiento de los fenómenos de influencia corporal, producto del trabajo de su psicosis: la elaboración de una teoría de la feminidad, elaboración que configura de antemano el lugar del analista en la transferencia. No obstante esa primera solución se revela insuficiente. Es a partir de la intervención analítica que una mutación es operada en la diacronía del tratamiento sobre ese modo inicial de anudamiento. Siguiendo esta lógica, aquella práctica sobre sí misma, sobre el cuerpo propio, habilitada en un segundo tiempo del tratamiento bajo la interferencia que introduce la maniobra transferencial, ¿Podría llegar a incluir lo real del cuerpo a la solución delirante inicial impidiendo que lo imaginario se vaya por su lado? En este sentido, se podría pensar que aquella teoría preliminar que despliega la paciente sobre los rasgos que definen la feminidad, resulta insuficiente para refrenar los fenómenos que la abruman y desorientan en la medida en que constituye una solución imaginario-simbólica que no toca lo real, revelándose como un recurso defensivo fallido.
¿Serán las voces masculinas e imperativas las que condensan el empuje a la mujer en tanto modalidad en que la pulsión opera en las psicosis? ¿Funcionarán las voces femeninas y orientadoras, en tanto saldo del tratamiento, como suplencia del significante fálico? Y si esto así fuera, ¿Permitirán las prácticas feminizantes que surgen y se ordenan en torno a dicho referente, refrenar ese goce atormentador e intrusivo? ¿Resulta pertinente darle a aquellas prácticas el estatuto de invención psicótica? Supongo que estos planteos comienzan a recortarse como posibles en la medida que se contemple la originalidad que encierra pensar los reposicionamientos del sujeto esquizofrénico respecto del automatismo pulsional. Hay allí una densidad que lo excede y de la cual emerge el goce no regulado por la ley del significante, deslocalizado, intrusivo –encarnado en las voces imperativas masculinas. Es en este sentido que el sujeto en franca posición de objeto responde a los imperativos de la pulsión: es jugado por la estructura a merced de una cantidad que lo excede. No hay margen para la posibilidad de elección subjetiva en la dimensión alienante que encierra el automatismo pulsional. Ahora bien, ¿Qué pone límite a esa actividad de la pulsión que deja cautivo al sujeto y a merced de un goce loco, enigmático, fuera de lo simbólico, centrado en un cuerpo atomizado? Interrogante que posibilita situar la emergencia de las voces femeninas y el uso que el sujeto hace de ese fenómeno en tanto recurso para inventar una respuesta novedosa a los fenómenos abrumantes que le imposibilitaban "mandar en su cuerpo".
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Lacan, J.: El Seminario. Libro 22: "R S I", Inédito.
- Lacan, J.: El Seminario. Libro 23: "El sinthome". Paidós, Buenos Aires, 2006.
- Miller, J-A.: "La psicosis ordinaria". Paidós, Buenos Aires, 2006.
- Miller, J-A.: "Los signos del goce". Paidós, Buenos Aires, 1998.
- Miller, J-A.: "Semblantes y sinthome". En Miller, J-A., Desde Lacan, Conferencias porteñas, Tomo 3, Paidós, Buenos Aires 2010.
- Schejtman, F.: "Acerca de los nudos", en Schejtman, F.; Mazzuca, R. y Zlotnik, M., Las dos clínicas de Lacan: Introducción a la clínica de los nudos, Tres Haches, Buenos Aires, 2000.
- Schejtman, F.: "La trama del síntoma y el inconsciente", Serie del Bucle, Buenos Aires 2004.
- Schejtman, F.: "Introducción de la trenza", en Ancla – Psicoanálisis y psicopatología- Revista de la cátedra II de Psicopatología de la Universidad de Buenos Aires, n° 2, 2008.
- Schejtman, F.: "Síntoma y sinthome", en Ancla – Psicoanálisis y psicopatología- Revista de la cátedra II de Psicopatología de la Universidad de Buenos Aires, n° 2, 2008.