Revista de la Cátedra II de Psicopatología | Facultad de Psicología | Universidad de Buenos Aires
ANCLA 6 - "Locuras y perversiones"
Septiembre 2016
EDITORIAL

Folisofía

Claudio Godoy

"La única diferencia entre un loco y yo,
es que yo no estoy loco"
Salvador Dalí

El siglo XIX produjo un mito médico-moral cuyas consecuencias perdurarían, de diversas maneras, hasta la actualidad: la teoría de la degeneración. En 1857 B.-A. Morel -un ferviente católico- publicaba su Tratado de las degeneraciones físicas, intelectuales y morales de la especie humana, obra que proponía una teoría etiológica de las enfermedades mentales en donde la herencia ocupaba un lugar central. Precisamente, su concepción de la "degeneración" implicaba "una desviación enfermiza de un tipo ideal primitivo provocada por las malas condiciones de vida físicas y morales de generaciones sucesivas...". Desviación acentuada hereditariamente, productora de "...descendientes degenerados, aquejados de diversas taras y de locura"[1]. El hombre perfecto, tal como Dios lo había creado, se alejaba maliciosamente de la inmaculada pureza del modelo originario.

Esta teoría, con su concepción de los "estigmas" basada en la idea de que el cuerpo revela las cualidades del alma, buscaba traducir diversas manifestaciones morales en correlatos físicos precisos. De esta manera, la psiquiatría encontraba una teoría etiológica que remitía una multiplicidad de fenómenos a un mismo principio explicativo, a la vez que separaba lo normal de lo desviado y establecía una causalidad médico-higiénica de la moral. Se unían de este modo las figuras del loco y el pervertido, con los delincuentes y criminales en el horizonte. Surgían así los "monstruos", los "anormales", a la par de los dispositivos de normalización indagados por Michel Foucault[2], quien destacó cómo se forjó la figura del "monstruo humano", una noción jurídico-biológica que comporta la infracción de las leyes sociales y de la naturaleza.

Si bien el "monstruo" es la excepción que constituye una perspectiva de inteligibilidad para todos los desvíos, el "individuo a corregir" es el fenómeno corriente, aquel que puebla el abanico de la anormalidad, en donde el loco y el pervertido adoptan la forma del peligro social. Peligro que despertó incluso la búsqueda de proyectos eugenésicos, destinados a proteger a las familias sanas de toda contaminación con las de los alienados mediante la prohibición del matrimonio y la procreación entre ellas. Para semejante tarea de prevención era necesario poder captar los síntomas más sutiles de la locura, realizando agudas observaciones clínicas. Esto llevó a U. Trélat a proponer la existencia de una "locura lúcida", la cual abarcaba todas aquellas formas no aparentes de locura, desapercibidas a los ojos del observador vulgar. Según este autor, tales pacientes "no parecen locos porque se expresan con lucidez", requiriéndose una aguda observación clínica de lo detalles para descubrirla.

A partir de la introducción de las locuras razonantes por parte Sérieux y Capgras, la noción de delirio, anteriormente asociada a la incoherencia o inverosimilitud, experimenta una notable ampliación. Así, razón y locura ya no se oponen, poniendo en cuestión la idea de desviación. Sin embargo, los ecos de la concepción degenerativa, laicizados, han sobrevivido tras las teorías etiológicas organicistas y hereditarias del siglo XX. Esto puede captarse cuando Henri Ey, el último de los grandes maestros de la psiquiatría francesa, formula que la locura es "un insulto para la libertad humana". Definición que hace de la misma un déficit, la privación de un atributo humano fundamental.

Invitado por Ey en 1945 al Coloquio de Bonneval, Lacan invierte esta concepción afirmando que el loco es el hombre libre por excelencia y no un déficit[3]. Libertad de los discursos establecidos, de los nombres del padre tradicionales, teniendo que inventar sus modos más singulares de anudar lo simbólico, lo imaginario y lo real; lo cual tiene mucho que enseñarnos para la clínica del sujeto contemporáneo.

Si la psiquiatría se topaba ya con las paradojas entre locura y razón, el psicoanálisis viene a subvertir la relación de los seres hablantes con la "monstruosidad": habita en nosotros. En sus Tres ensayos para una teoría sexual de 1905, Freud nos conduce desde su primer ensayo, "Las aberraciones sexuales", al segundo "La sexualidad infantil", en donde define al niño como un perverso polimorfo. La desviación es constitutiva, es la pulsión misma la que está torcida de cualquier raíz instintiva. Hay allí una falla fundamental.

Lacan le atribuye a Freud, en los años setenta, dos hallazgos cruciales: que "todo el mundo es loco, es decir delirante"[4] y que "la sexualidad es un agujero en lo real"[5]. Ambas definiciones se conjugan: los delirios y las locuras de los hablantes vienen a tapizar el agujero de la ausencia de relación sexual. ¿Acaso el amor mismo no es definido por Lacan como una locura a dúo, folie-a-deux? ¿No es una locura en la que sus protagonistas pueden incluso ir de lo cómico a lo trágico, pasando por todos los dramas que la clínica revela?

Los delirios -categoría en la que podrían englobarse todas las construcciones de saber de los parlêtres- constituyen parapetos frente a la angustia que provocan los encuentros fallidos con lo real y su tyche siempre indomeñable. ¿Cómo fundar entonces un saber que lo incluya? Para ello Lacan propone no una filosofía sino una Folisofía: "Todo lo que les cuento es apenas razonable. Por eso está plagado de riesgos de equivocarse". Lo "apenas razonable" es una razón que llega a su borde mismo, a un litoral que es también "literal" pues busca en la letra una formalización posible. Y agrega que en ella se trata de "...fundar la sabiduría sobre la falta, que es la única fundación posible"[6]. Falta que atraviesa la existencia del parlêtre, que de lo real sólo puede captar fragmentos, puntas, pero nada que haga un sistema. Folisofía que Lacan sigue tras los pasos de Joyce, quien con su escritura sabe hacer con lo que de la palabra se le impone. O como Salvador Dalí, que si se diferencia del loco es sólo porque él sabe hacer arte con un método que llamó "paranoico-crítico". Pero también porque encontró en Gala -tal como lo dice- el "soporte" de su locura. ¡El método paranoico-crítico sólo era efectivo si uno estaba casado con Gala! Mujer-soporte-de-la-locura con la que anudó las consistencias de lo imaginario, lo simbólico y lo real[7].

Se trata por lo tanto de cómo cada uno se las arregla con su desviación propia, como se anudan y desanudan, con diversas père-versiones, las cuerdas de los tres registros: Folisofía lacaniana en oposición a toda práctica psicológica o psiquiátrica de normalización.

Puede leerse por lo tanto este número de Ancla como una sucesión de ensayos de folisofía, los cuales, por supuesto, no hacen ningún sistema: son no-todos. Allí se exploran los distintos usos de los términos "locura" y "perversión" presentes en la enseñanza de Lacan, se revela que "locura" y "psicosis" no son sinónimos, que hay enloquecimientos histéricos y obsesivos, actuaciones que pueden ir de la trivialidad a la tragedia y fantasmas perversos en el neurótico que pueden empujarse hasta el delirio, como el hombre de las ratas nos lo recuerda.

Podrá constatarse en este número un esfuerzo por formalizar la locura a partir de la topología de nudos, por seguir sus encadenamientos y desencadenamientos e interrogarla en sus diversas funciones a partir de una clínica universal del delirio. Pero también que se exploran diversos episodios: desde aquellos que nutren la violencia cotidiana hasta los pasajes al acto más mortíferos, aquellos que nos interrogan por la relación entre locura y perversión. A su vez podrá leerse una ficción que establece un lazo entre crimen y poética en el caso de Pierre Rivière estudiado por Foucault.

Por fin, podrán encontrarse tres trabajos de ex-alumnos de la cátedra, premiados en el transcurso de las Jornadas "Jacques Lacan y la psicopatología" de noviembre de 2014, en las que se celebraron los 30 años de la cátedra II de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la UBA desde su conformación, en 1984, por Roberto Mazzuca.

Los cinco números anteriores de Ancla, impresos, han sabido encontrar lectores más allá del ámbito universitario que le dio origen, nuestra cátedra. Ha demostrado ser un medio eficaz para enlazar la investigación y la enseñanza, difundiendo las más recientes elaboraciones de sus docentes. Su nueva versión digital actualiza y expande esta posibilidad, esperando llegar así a nuevos lectores interesados en el cruce entre el psicoanálisis y la psicopatología a partir de esa brújula que nos brinda la enseñanza de Lacan.

NOTAS

  1. Cf. POSTEL, J. (1994): La psychiatrie. Textes esentiels, Larousse, París, 1994, 185.
  2. Cf. FOUCAULT, M. (2000): Los anormales. Curso en el Collège de France (1974-1975), Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.
  3. Cf. LACAN, J. (1945): "Acerca de la causalidad psíquica", en Escritos 1, Siglo XXI, México, 1984. Hemos abordado esta discusión en GODOY, C. (2001): "El debate de Lacan con H. Ey. Psicoanálisis y psiquiatría", en SCHEJTMAN, F. (comp.): Psicopatología: clínica y ética. De la psiquiatría al psicoanálisis, Grama, Buenos Aires, 2013.
  4. Cf. LACAN, J. (1978): "¡Lacan por Vincennes!", en Lacaniana. Revista de Psicoanálisis, EOL, Buenos Aires, Año VII, Nº11, octubre de 2011, 7.
  5. Cf. LACAN, J. (1974): "Prefacio a El despertar de la primavera", en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, 588.
  6. Cf. LACAN, J. (1975-1976): El Seminario. Libro 23: El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, 126.
  7. Cf. LÓPEZ HERRERO, L.-S. (2004): La cara oculta de Salvador Dalí, Síntesis, Madrid, 2004.