Revista de la Cátedra II de Psicopatología | Facultad de Psicología | Universidad de Buenos Aires
ANCLA 6 - "Locuras y perversiones"
Septiembre 2016
ELUCIDACIONES

El asesinato de Althusser: lógica de la locura

Patricio Álvarez

"Tal y como he conservado el recuerdo intacto y preciso hasta sus mínimos detalles, grabado en mí a través de todas mis pruebas y para siempre (…) De pronto me veo levantado, en bata, al pie de la cama en mi apartamento de l'Ecole Normale (…) Frente a mí: Helene, tumbada de espaldas, también en bata. Arrodillado muy cerca de ella, inclinado sobre su cuerpo, estoy dándole un masaje en el cuello. A menudo le doy masajes en silencio, en la nuca, la espalda y los riñones (…) Pero en esta ocasión, el masaje es en la parte delantera de su cuello (…) Siento una gran fatiga muscular en los antebrazos: es verdad, dar masajes siempre me produce dolor en el antebrazo. La cara de Helene está inmóvil y serena, sus ojos abiertos miran el techo. Y de repente, me sacude el terror: sus ojos están interminablemente fijos y, sobre todo, la punta de la lengua reposa, insólita y apacible, entre sus dientes y labios. Ciertamente ya había visto muertos, pero en mi vida había visto el rostro de una estrangulada. Y, no obstante, sé que es una estrangulada. ¿Pero cómo? Me levanto y grito: ¡he estrangulado a Helene! Me precipito y, en un estado de intenso pánico, corriendo con todas mis fuerzas, atravieso el apartamento (…) Llamo con violencia a la puerta del médico (…) Grito sin parar que he estrangulado a Helene, cojo al médico por el cuello de la bata: que venga urgentemente a verla, si no prenderé fuego a la Ecole" (ALTHUSSER, 27).[1]

Así comienza El porvenir es largo, autobiografía de Louis Althusser escrita en 1985, cinco años después de haber asesinado a su mujer Helene, con la que estuvo 33 años. Si nos interesa su estudio, es porque ubica la figura de "emoción violenta" de la psiquiatría forense, que consiste en un instante de locura, en una personalidad previa normal. Esto tiene una larga historia en la descripción psiquiátrica de los "homicidios inmotivados", como los llama Paul Guiraud, a los que Lacan dedicó gran interés en sus primeros escritos sobre la locura. Henry Ey los llama "homicidio de motivación delirante" y dice que el enfermo es consciente del acto pero inconsciente de la motivación (EY 1985, 87).

De hecho, el motivo de la escritura del libro es responder al No ha lugar jurídico que decidió no juzgarlo como criminal, sino internarlo durante cuatro años, desresponsabilizándolo a partir del diagnóstico psiquiátrico de demencia durante el momento del acto. A ese No ha lugar es al que responde con firmeza, reclamando porque le impiden ser juzgado como culpable del homicidio, y por ese motivo escribe su libro. Podremos ubicar, a partir de su desarrollo, cómo ese reclamo de un juicio legal y de una culpabilidad, es el intento de inscribir una responsabilidad subjetiva posterior a su pasaje al acto. Esa inscripción como culpable, sanción legal del Otro, es lo que no logra inscribir: tal como él mismo lo dice[2], no hay ningún dato de culpabilidad en relación al homicidio, pero principalmente, tampoco ningún dato de subjetivación del crimen, sólo perplejidad (LAURENT 1994). Así comienza su libro, proponiendo al lector que luego de su lectura, podrá explicarse la serie de hechos que lo llevaron al homicidio. Pese a eso, el libro narra una autobiografía que para nada logra dar cuenta de las razones del homicidio, lo cual ubica más claramente la imposibilidad de subjetivar el pasaje al acto de algún modo.

Es por eso entonces que escribe su libro, que nunca fue publicado por él -luego de terminar su redacción fue internado con un nuevo brote de hipomanía-, sino que fue encontrada entre sus papeles y publicada póstumamente por su sobrino y por su biógrafo Yann Moulier Boutang, junto con otra autobiografía escrita en 1975, cinco años antes del crimen, llamada sartreanamente Los hechos. Moulier Boutang publicó poco después la biografía de Althusser, donde muchas omisiones, errores de fechas e incluso deformaciones francas son ubicadas con respecto a este libro. El libro está destinado al lector, pero como él dice, a sus amigos y principalmente a sí mismo, para intentar dar cuenta de su acto, no habiendo recibido esa sanción del Otro.

El porvenir es largo tiene el interés de ser el texto escrito por el mismo Althusser, es decir, el interés de situar las coordenadas de la psicosis en el texto, tal como lo llamara Miller. Y tiene el interés, además, de ser una psicosis difícil de diagnosticar, sin alucinaciones ni delirios francos, que fuera diagnosticada de varios modos: primero, por su analista como una depresión neurótica, luego por otros como psicosis maniaco depresiva o como melancolía, también como demencia precoz, pero nunca como paranoia. Trataremos de ubicar entonces, siguiendo el texto, las coordenadas de la psicosis, intentando ubicar el tipo clínico de esa psicosis -¿melancolía, esquizofrenia o paranoia?-, partiendo de sus propias e irónicas palabras: "Porque me propongo, a lo largo de estas asociaciones de recuerdos, limitarme estrictamente a los hechos. Pero las alucinaciones también son hechos" (ALTHUSSER, 111).

Pero tiene además el interés de situar las coordenadas de lo que llamamos locura, que no es necesariamente equivalente a la psicosis. Una de las definiciones de Lacan sobre la locura la hace equivalente al momento del desanudamiento para cualquier estructura: "cuando una de las dimensiones les revienta, por una razón cualquiera, ustedes deben volverse verdaderamente locos" (LACAN 1973). Aquí, loco es equivalente a desencadenado: puede desencadenarse la psicosis o la neurosis. Esa locura, momento en que se sueltan los tres registros, puede producir un pasaje al acto, como en este caso y en varios casos de homicidios inmotivados. Y también, como en este y otros casos, ese pasaje al acto puede luego, funcionar como parte de la estabilización de la psicosis.

Entonces, pese a que parezcan semejantes, la locura y la psicosis no son lo mismo: la psicosis es una estructura, que puede desencadenarse o no. Y la locura, en este caso, es el instante mismo del desencadenamiento.

1- Variables de estructura:

La narración de la historia antes del nacimiento de Louis Althusser localiza lo que llamaremos: el rechazo a la impostura paterna. Pese a que esta prehistoria es una reconstrucción de Althusser, a diferencia de la novela familiar del neurótico, creo que permite ubicar algo del "accidente simbólico" que causa la forclusión, que situara Lacan en la Cuestión preliminar. También, podríamos ubicar esta narración, por el contrario, como la reconstrucción delirante de un Edipo ausente, pero nos inclinamos más por la primera hipótesis: las coordenadas lógicas de la forclusión como rechazo a la impostura paterna, que intentaremos situar.

Louis Althusser nació en 1918. Sus abuelos maternos, Pierre Berger y su mujer, vivían muy aislados durante años en los bosques de montaña de Argelia. Allí criaron a la futura madre de Louis, Lucienne, que creció aislada, y estudió sólo en compañía de su hermana Juliette. Durante su adolescencia conocieron a los Althusser, una pareja que tenía dos hijos, Louis y Charles. El plan familiar era casarlos, a Louis con Lucienne, y a Charles con Juliette, respetando las afinidades que se habían manifestado rápidamente entre ellos: Louis era un alumno "juicioso y puro", interesado por la literatura y la poesía, tal como su madre, también juiciosa, que se encontraba a gusto con él y muy enamorada. Rápidamente se comprometieron a los 18 años de ella, antes de que los dos hermanos marcharan a la Primera guerra. Las cartas de Louis llegaban frecuentemente y Lucienne las atesoraba.

Pero, "Un día, a principios de 1917, mi padre se presentó solo en la casa forestal del Bois de Boulogne y anunció a la familia Berger que Louis había muerto bajo el cielo de Verdún (…) después Charles llevó aparte a mi madre en el gran jardín y acabó por proponerle (estas palabras me las ha repetido numerosas veces mi tía Juliette) "ocupar junto a ella el puesto de Louis"". Escribe irónicamente Althusser: "Al fin al cabo, mi madre era guapa, joven y deseable y mi padre quería muy sinceramente a su hermano Louis". Su madre, tal como era, sumisa y respetuosa, aceptó. La boda se celebró a principios de 1918, en lo que Althusser describe como un horrible casamiento: "mi madre conservó un triple recuerdo atroz: el de haber sido violada en su cuerpo por la violencia sexual de su marido, el de ver dilapidados por él, en una noche de francachela, todos sus ahorros de jovencita, y por último, decidió sin apelación que mi madre debía abandonar inmediatamente su trabajo de maestra y dedicarse a los hijos que tendrían" (pág. 56), trabajo por el que ella tenía un gran gusto intelectual y -antes de su muerte- mucha admiración por parte de Louis.

El odio de su madre a su padre Charles nunca cesó, aunque vivió toda su vida con él. Luego del horrible casamiento y de esa noche, en la que ella quedó embarazada, su padre retornó a la guerra. Volvió cuando Louis ya tenía seis meses. "Cuando vine al mundo me bautizaron con el nombre de Louis. Lo sé demasiado bien, Louis, un nombre que durante mucho tiempo me ha provocado, literalmente, horror (…) Aquél nombre había sido escogido por mi padre, en recuerdo de su hermano muerto bajo el cielo de Verdún, pero en especial por mi madre, en recuerdo de aquel Louis a quien ella había amado y no dejó, durante toda su vida, de amar".

Podemos ubicar en esta narración una hipótesis de las coordenadas lógicas de la forclusión en el rechazo a la impostura paterna, tal como Lacan lo describe en las últimas páginas de la Cuestión preliminar: "En que no nos asombrará que el pequeño niño, a la manera del grumete de la célebre pesca de Prevert, mande a paseo (verwerfe) a la ballena de la impostura" del padre (LACAN 1958, 555). La "ballena de la impostura" del poema de Prevert, muestra bien cómo la inscripción del Nombre del Padre implica el consentimiento a la creencia en el semblante paterno. Podemos reconocer en esta trágica historia y en lo que seguirá las coordenadas forclusivas del rechazo al semblante del Nombre del padre: el odio materno al semblante del padre, un padre que oscila entre la ley insensata y la ausencia, y un niño fielmente ubicado como objeto del fantasma materno.

Así lo testimonia la historia posterior del niño: un padre mudo, que nunca se dirigió a él durante su infancia, figura de autoridad extrema y silenciosa a quien él detestaba, que daba órdenes de un modo enigmático, farfullando, nadie lo entendía[3]. Por otro lado, la crianza restrictiva de las fobias de su madre, a quien se consagró a salvar de su angustia "como una misión", una madre fóbica a todo: a los gérmenes, a la suciedad, a los accidentes, que transmitió a su hijo su carácter temeroso y angustiado. Las palabras con las que presenta a su madre ubican claramente esa misión: "debía yo de experimentar una angustia sin fondo, y la compulsión a consagrarme a ella en cuerpo y alma, a conducirme oblativamente a su llamado para salvarme y salvarla de su martirio y su marido, y la convicción inextirpable que era una misión suprema y una suprema razón de vivir" de modo tal que no tuvo nunca, hasta sus 30 años, ni un solo amigo, ni una sola novia. Tampoco una práctica sexual, que empezó como obsesión masturbatoria a sus 27 años. Veremos más adelante cómo estos mismos significantes, la misión, la oblatividad, la salvación, se repiten en su elección amorosa. Sigue diciendo: "Porque yo estaba absolutamente solo en Argel, como lo estaré durante mucho tiempo en Marsella y Lyon (…) no tengo ningún compañero de juego, hasta tal punto mi madre nos enseña a guardarnos (se) de toda relación dudosa, es decir de los microbios y de los influjos de quién sabe qué. Digo ningún compañero y a fortiori ningún amigo (…) mi única compañía era la familia, mi madre voluble y mi padre silencioso. (…) era pues, juicioso, demasiado juicioso, y puro, demasiado puro, como mi madre deseaba. Puedo decirlo sin riesgo de equivocarme: de esta manera llevé a cabo -¡y durante cuánto tiempo, hasta los veintinueve años!- el deseo de mi madre: la pureza absoluta" (pág. 80).

2- La compensación imaginaria:

La historia infantil de Althusser se resume en una frase, repetida a lo largo del texto: "seducir a mi madre". Así se cumple casi literalmente la frase de Lacan: "Aquí la identificación, cualquiera que sea, por la cual el sujeto ha asumido el deseo de la madre desencadena, si se tambalea, la disolución del tripié imaginario" (LACAN 1958, 541). Esta identificación al deseo de la madre -que se cumple en esos significantes, juicioso y puro, significantes con los que describía lo que su madre esperaba de él, y también en la prehistoria describían a Louis y a su madre-, le dio un guión imaginario durante la infancia.

De la seducción hecha a su madre pasa a la seducción hecha a los maestros, siendo un alumno ejemplar a partir de una técnica, rápidamente aprendida: la imitación exacta del modo de hablar, la retórica de las frases de sus maestros, sus gestos y hasta su letra, de modo que ellos, en la evaluación posterior, se complacían con él sin poder reconocerse a sí mismos: "Después de haberlos seducido propiamente mediante la imitación de sus personajes y modales, se habían reconocido tan bien en mí que habían proyectado sobre mí la idea que se hacían de sí mismos". "En pocas palabras, una impostura fundamental (…) yo no usaba el artificio como los otros, sino para seducir a mi profesor (…) me veía reducido para existir a hacerme querer y para querer obligado en consecuencias a artificios de seducción y de impostura" (pág. 121-122).

La seducción, el artificio y la impostura fundamental ubican el sentimiento de sí que Althusser describe a lo largo de toda su vida, en un trabajo permanente de identificación imaginaria que tomó todos sus lazos. En todos ellos, subrayó siempre su incapacidad de amar, ningún registro de un sentimiento amoroso, ni lejanamente afectivo, ni siquiera por Helene, su mujer. En todos los casos una desesperación por ser querido y no ser abandonado, que remite al terror al abandono materno. Difícil resumir la gran cantidad de recuerdos de infancia y adolescencia que sostienen este sentimiento de inexistencia y de impostura.

Es necesario ubicar un hecho de la adolescencia, cuando conoce a su primer y único amigo, a los doce años, Paul -único amigo que la madre le permite porque conoce a sus padres-, con quien se produjo un "auténtico flechazo" sin separarse en ningún momento hasta que él viaja, tiempo donde mantienen una "auténtica correspondencia de enamorados". También se produjo con él la técnica de imitar sus movimientos, sus gestos, su modo de hablar, hasta una vez en la que en un abrazo sintió una erección. Pero enseguida apareció una morena de quien Paul se enamoró, con rasgos precisos: morena, baja y con un perfil redondeado en su cara, que luego Althusser llamará repetidas veces "el famoso perfil": "En adelante miré a esa chica como si la amara y me entregué intensamente a ese amor por poderes. Se casarían más tarde, durante la guerra (…) pero la belleza y el perfil de aquella chica me habían marcado para toda la vida, digo bien como se verá, para toda la vida" (pág. 116).

A partir de esa escena se organizan las elecciones amorosas de Althusser, con este nombre tan exacto de "amor por poderes", donde podemos reconocer el ser-de-a-tres de la psicosis que Lacan definiera en El rapto de Lol V. Stein, donde un rasgo que localiza al sujeto se constituye en el ternario constituido por el yo, el semejante y el Ideal, pero un Ideal que sirve para regular el goce, tal como veremos en la repetición del significante "el famoso perfil". Ese rasgo de elección, paradójicamente, orientará todas sus no-elecciones amorosas: salvo Helene, se pseudo-enamoró siempre de mujeres imposibles con ese famoso perfil, a las que nunca accedió. Una regulación del goce por la vía de los amores imposibles, salvo en las ocasiones en las que ellas accedieron a él, es decir, salieron de la imposibilidad, y esas ocasiones causaron sus desencadenamientos, como veremos más adelante. La única mujer que no tenía el famoso perfil fue Helene, en circunstancias que detallaremos luego.

A sus 22 años comienza la Segunda Guerra. La familia ya se había mudado a Francia. Lo movilizaron y rápidamente fue tomado prisionero por los alemanes. Fue la vez primera y definitiva que se separó de la vigilancia estricta de su madre. Describe esos seis años de cautiverio, que duraron toda la guerra, como años de un dulce refugio donde se sentía cobijado por sus compañeros, a quienes también imitaba en todos sus actos. Los significantes cautiverio, refugio, protección, se repiten a lo largo de toda su autobiografía, nombrando primero a la relación con su madre, luego al cautiverio de la guerra, luego la ENS, y luego a la relación con Helene.

Ubicamos hasta el momento lo que Lacan llama la compensación imaginaria del Edipo ausente, en ese lazo identificatorio que Althusser describe tan bien en el eje a-a', guión imaginario que permite suplir tanto al Po como al Φo (LACAN 1958, 546). Por el lado de su posición subjetiva, la identificación en el eje a-a' fue descripta en el uso de la seducción y el sentimiento de impostura que compensan el Po. Por el lado de sus elecciones amorosas y su posición como hombre, la identificación a-a' se localiza en el rasgo tomado de su amigo, que permite una elección de mujeres imposibles con las que también se da el juego de seducción imaginaria, que compensan el Φo.

Ninguna nominación hasta el momento que convoque al nombre del padre, ninguna toma de palabra, como dice Lacan en el Seminario 3: "lo más arduo que puede proponérsele a un hombre, a lo que su ser en el mundo no lo enfrenta tan a menudo: es lo que se llama tomar la palabra, quiero decir la suya, justo lo contrario a decirle sí, sí, sí, a la del vecino (…) La clínica muestra que es justamente en ese momento, si se sabe detectarlo en niveles muy diversos, cuando se declara la psicosis" (LACAN 1955-56, 360). Hemos detallado cómo la seducción y la impostura, el decir sí, sí, sí a la palabra del vecino, y su consiguiente refugio logrado, fueron los recursos de compensación imaginaria que le permitieron evitar ese "tomar la palabra".

3- La coyuntura del desencadenamiento:

Recién terminada la guerra comienza sus estudios en la Ecole Normal Superieure -ENS-, descubre un maestro con quien realiza su técnica de seducción, logra un desempeño excelente gracias a ello, luego es nombrado Secretario y comienza así un "refugio" en la Ecole que durará toda su vida hasta el pasaje al acto.

En ese momento, a los 29 años, poco antes de conocer a Helene, conoce a Angeline, bella muchacha con el "perfil característico". Se dedica a cortejarla, sin obtener nada. Poco después conoce a Helene. Un amigo se la presenta: de rasgos aguzados, fea, baja y con aspecto de extrema desprotección, le inspira repulsión. Al instante le toma la mano y se van caminando. Luego de ese encuentro, ella intenta verlo varias veces, y él la evita. Una vez finalmente se encuentran, él intenta un diálogo con distancia, ella le pasa la mano por el pelo y él siente extrema repugnancia: "no podía soportar el olor de su piel, que me pareció obsceno", sensación que caracteriza los primeros encuentros.

Pero antes de que la relación comenzara, luego de casi un año de evitar la insistencia de Helene por verlo, se produjo el encuentro, "fue en 1947 cuando el primer drama empezó a organizarse", en el que podremos situar las coordenadas del desencadenamiento: luego de algunas insistencias de Helene por verlo, se le ocurre "no la idea sino la irresistible compulsión de presentar Angeline a Helene". Esta estructura de a tres se repetirá en la mayoría de los desencadenamientos posteriores. Las presenta, y rápidamente Helene se pone agresiva con Angeline. Luego de irse Angeline, Helene lo besa. "Yo no había besado nunca a una mujer (¡a los 30 años!) Me atravesó el deseo, hicimos el amor sobre la cama, aquello era algo sobrecogedor, entusiasta y violento. Cuando ella se fue, se abrió un abismo de angustia en mí, que no se cerró jamás". A la mañana siguiente llamó a Helene para decirle que no se verían nunca más, pero la angustia no cesaba. El estado no se detenía, "la causa no eran mis principios cristianos. Iba muy por distinto lado. Era una repulsión mucho más sorda y violenta, más fuerte que todas mis resoluciones y tentativas de recuperación moral y religiosa. Pasaron los días y yo zozobraba en los inicios de una intensa depresión". El estado avanzó, "intentaba aferrarme a la vida (…) imposible, cada día me hundía un poco más en el vacío aterrorizador de la angustia, una angustia que enseguida había dejado de tener objeto alguno".

La estructura del desencadenamiento se da en términos muy específicos: la relación ternaria en el eje a-a' se rompe, la distancia en la relación de seducción y prestancia imaginaria que él lograba con la elección de las mujeres imposibles con el famoso perfil, en este caso Angeline, se rompe con la aparición de Helene y el sexo, presencia del Un-padre en lo real, en "posición tercera en alguna relación que tenga por base la pareja imaginaria a-a'" (LACAN 1958, 552). El "decir sí, sí, sí a la palabra del vecino" ya no es posible con la insistencia de Helene, la toma de palabra a la que se ve convocado marca la ruptura del guión imaginario que lo sostenía. Esa "angustia sin objeto alguno", marca la respuesta en lo real del encuentro con un goce imposible de representar no disponiendo del ordenamiento fálico. Pero goce, además, que no toma un carácter alucinatorio o delirante, sino sólo el carácter de una angustia sin nombre. Es el momento lógico de la perplejidad, que es diagnosticado por los psiquiatras clásicos como el comienzo de una demencia precoz, o de una melancolía.

En efecto, Helene lo lleva a ver a un especialista, Pierre Male, que lo diagnostica como una demencia precoz. Es internado en Sainte Anne. El estado empeora. Preocupada por su estado, Helene llama al famoso psiquiatra Julián Ajuriaguerra, que lo va a visitar a Sainte Anne, y llega a la conclusión de que no es una esquizofrenia sino una grave melancolía, y prescribe tratamiento de electroshocks. Recibió 24 electroshocks. La internación duró seis meses, al cabo de los cuales el tratamiento de "Ajuria" resultó exitoso y salió en un estado de exaltación y alegría igual al que salió en todas las demás internaciones, un estado hipomaníaco característico: salió de ahí a una clínica de restablecimiento donde cortejó a otra morena del mismo "famoso perfil", y luego se encontró con Helene, con quien se mudó a casa de su abuela, y no pararon de hacer el amor durante meses. Ya no había angustia ni repulsión. Así comenzó la relación con Helene, de quien nunca se separó hasta el crimen. La relación oscilaría entre lo pacífico y lo tortuoso, con grandes peleas y escándalos, seguidos de períodos de paz.

Desde ese momento ella ocupará el lugar del refugio absoluto, en un desplazamiento estrictamente correlativo a la relación con su madre: los significantes seducirla, refugio, protección, y misión de salvarla, se repiten a lo largo de toda la autobiografía. Así lo dirá: "advertí en ella un dolor y una soledad insondables y creí comprender después por qué, en la calle Lepic, había colocado su mano en la mía. A partir de aquél momento experimenté un deseo y una oblación exaltantes: salvarla, ayudarla a vivir. Nunca en toda nuestra historia y hasta el final de ésta, abandoné aquella misión suprema que no cesó de ser mi razón de ser hasta el último momento" (pág. 156). Notemos cómo se repiten exactamente las mismas palabras, la misión, la oblatividad, salvarla, con que presentaba la relación con su madre al inicio.

Nos preguntamos, en relación a un diagnóstico posible del tipo clínico, de qué desencadenamiento se trató. Está clara la presentificación del Un-padre que rompe la relación dual imaginaria, y luego el momento de perplejidad que introduce el desencadenamiento. Luego, una etapa que parece melancólica, que Althusser no detalla, sólo habla de una angustia inenarrable y de ideas de suicidio, al cabo de la cual sale en un estado hipomaníaco. Por ahora, podríamos decir que, durante la internación, la angustia sin nombre parece ser parte del tiempo lógico de la perplejidad, en que el goce, al no poder localizarse fálicamente, aparece sin localización ni nominación posible. Y de ese tiempo sale mediante un restablecimiento de la dualidad identificatoria imaginaria, como puede verse en la renarsicización del momento hipomaníaco. Quedan varias puntas sueltas para entender lógicamente este momento, pero no contamos con los suficientes datos. ¿Nos alcanza eso para diagnosticar una psicosis maníaco-depresiva? Creo que no, dado que no se presentan de modo claro ni delirios de ruina ni de negación, ni tampoco la elación ni la fuga de ideas, por lo cual deberemos esperar los siguientes desencadenamientos para situar el tipo clínico.

4- Significantes compensatorios y significantes en lo real:

Hemos situado hasta el momento las variables de estructura, la lógica de la compensación previa, y el desencadenamiento de la psicosis. El tipo clínico es nuestro problema actual, dado que como dijimos al comienzo, el cuadro clínico de Althusser se presentó siempre careciendo de alucinaciones ni delirios francos: no los hubo en ningún momento, pese a haber tenido quince internaciones. Por lo menos, podemos decir que en ninguna parte de su autobiografía los narra, ni tampoco podemos deducirlos a partir de su relato.

Desde el momento del desencadenamiento, a los 30 años en 1947, hasta el pasaje al acto, a los 63 años en 1980, tuvo quince internaciones. No conocemos los detalles de todas, pero sí al menos de seis de ellas. Althusser describe, con la rigurosidad lógica de la psicosis, que no todos sus desencadenamientos tenían todos las mismas características, sino tres formas específicas: las tres se ubican en la ruptura de la identificación dual que él lograba como compensación, bajo tres significantes compensatorios que hemos destacado, la seducción, la impostura y el refugio. En el final de uno de sus capítulos, Althusser enumera esas tres formas específicas, que detallaremos en lo que viene: "Mis depresiones sucesivas no fueron todas de la misma naturaleza (…) puedo alinearlas bajo tres apartados: el miedo a ser abandonado (por Helene, por mi analista o mis amigos), el miedo a estar expuesto a un requerimiento de amor que sentía como la amenaza de que "me pusieran la mano encima" o más ampliamente, a que "tuvieran ideas sobre mí", y finalmente, el miedo a verme expuesto en mi desnudez: la de un hombre de nada, sin más existencia que la de sus artificios e imposturas" (pág. 192). Tres significantes claros que detallaremos: el primero, el abandono, marca la ruptura fundamental de la relación dual en la que él se sostenía, en un "dejar caer" que lo aterroriza, hasta el pasaje al acto, como veremos en nuestro último apartado. El segundo y el tercero, el requerimiento y la desnudez nos darán la clave del tipo clínico.

En esos años, una escena se repite incontables veces, la seducción a las mujeres con el "perfil famoso", con una estructura ternaria: la escena era siempre la misma, se enamoraba de una mujer con ese perfil, y rápidamente, se la presentaba a Helene "para conseguir su aprobación" y proseguir el cortejo. Helene pacientemente la aceptaba, sin oponer ninguna resistencia, y así él podía proseguir su juego de seducción. Esa escena de a tres se repite en el libro al menos con diez mujeres, tal como fuera la escena inicial entre Angeline y Helene. En algunos casos accedía a esas mujeres y lograba tener una relación, siempre bajo la aprobación implícita de Helene. Por supuesto, no olvidamos el momento histórico en que estas escenas se sucedían, y nos parece innecesario por obvio, hacer referencia a los años '60, su evidente rechazo a las ideas de familia burguesa, etc. Baste evocar, en esos mismos años, la relación de su par Jean Paul Sartre, rival en algunos casos, compañero o guía en otros, con Simone de Beauvoir.

Pero en dos de esos casos la situación es distinta, con dos mujeres, Claire y Franca, que en momentos distintos -Claire en los años '60, Franca en 1974- se extraen de la escena del cortejo y le demandan firmemente convivir y tener un hijo juntos. En los dos casos, al instante, cayó en una "terrible depresión", como llama a todos sus desencadenamientos, por la que hubo que internarlo. Esa internación es descripta por él como la entrada en el "refugio materno": "uno se retira del mundo, se refugia en la enfermedad, en la protección de una blanca habitación de clínica, donde enfermeras y un médico atentos os dispensan cuidados maternales, hacen de ti una especie de niño pequeñito, pero no abandonado" (pág. 190). Al cabo de esas internaciones cortas salía, siempre, en un estado hipomaníaco, que lo llevaba a trabajar incesantemente, a escribir libros, cartas, y a ejercer una acción política incesante.

Nuevamente, la estructura ternaria se repite: en la relación dual a-a' -situada en la relación de seducción, una relación regulada según las figuras del cortejo, que implican la distancia con el objeto a conquistar y también la prestancia narcisista-, se manifiesta la presencia de un elemento tercero, un llamado a ocupar una función, que produce instantáneamente el nuevo desencadenamiento. En la primera escena fue Helene la que rompió la dualidad imaginaria entre Angeline y él, y la irrupción de goce que siguió fue la entrada en el desencadenamiento, en estas escenas es la dualidad a-a' del refugio en el consentimiento de Helene y en la seducción hacia esas mujeres la que se rompe con el llamado de ellas, llamado nuevamente a tomar la palabra.

Pero dentro de este ordenamiento regulador entre la seducción y el refugio, es necesario destacar dos significantes con carácter de certeza que aparecen en las dos escenas de Claire y Franca, y se repiten con algunas mujeres más, que nos permitirán ubicar el tipo clínico. Son dos significantes que él ubica como si hubieran sido extraídos de su análisis y repetidos allí varias veces, pero en los que reconoceremos su carácter de fenómeno elemental.

El primero: "ellas toman la iniciativa de amarme, de ponerme la mano encima". Ese significante remite a una escena de pubertad con la madre: con sus primeras poluciones, la madre lo llama a su habitación y le dice, orgullosamente, ¡ya eres un hombre!, mientras señala las manchas en la sábana. En la narración de esa escena, Althusser describe la metáfora: "como si metiera su mano entre mis muslos para coger mi sexo y blandirlo como si le perteneciera" (pág. 73). Pero luego, cada vez que narre alguna iniciativa femenina, se presentará este significante "ponerme la mano encima", ya no con un valor metafórico. A medida que se va repitiendo esta frase, la metáfora se va literalizando, y se va transformando en: "como se recordará cuando mi madre me pone la mano encima", donde observamos que ya no se trata de una metáfora sino de una frase con valor literal, como si la escena hubiera realmente ocurrido. Y en estos dos desencadenamientos correspondientes a las escenas con Franca y Claire, la frase que se repite es "me pone la mano encima". De este modo la iniciativa femenina toma el carácter de la iniciativa del Otro, con un significante de certeza que toma valor de fenómeno elemental, lo cual lo ubica en el tipo clínico de la paranoia. Algo del Otro malo comienza a localizarse en esa iniciativa femenina.

El segundo significante con carácter de certeza: "tiene ideas sobre mí persona", algo que repite varias veces en esas escenas con una mujer: no soportaba que una mujer, y luego, las personas en general, también su analista, se hicieran "ideas sobre mi persona", significante que también se hace presente ante los embates de Claire y Franca. En otra internación que no define cuándo fue, este significante con valor de fenómeno elemental se presenta en relación con su analista, con quien hubo una fase donde las interpretaciones de él fueron tomadas como un "hacerse ideas sobre mi persona", que lo llevaron a otra internación.

Este significante también está ubicado en el plano de la iniciativa del Otro, ya con un carácter más claro que lo ubica no sólo como iniciativa, sino como goce del Otro. Claire y Franca, y luego su analista se hacen "ideas sobre mi persona", y en cada uno de esos casos se produce una internación. En los tres casos (Claire, Franca y su analista), pero también en otros, la iniciativa del Otro se presenta en "ponerme la mano encima" y "hacerse ideas sobre mi persona".

Mientras tanto, a lo largo de esos treinta años, Althusser se ha convertido en un personaje público, el intelectual de referencia que todos conocemos. En 1965 se publican los dos textos que lo hicieran famoso y fueran inspiradores del mayo del '68: Para leer el Capital y La revolución teórica de Marx. En el momento de publicarse, intenta detener la publicación, sacar los ejemplares de las librerías, etc. Así lo dice: "es el tercer motivo que provocó muchas de mis depresiones, en particular la espectacular depresión de 1965 (…) me vi preso de un terror ante la idea de que aquéllos textos me mostrarían desnudo ante un público muy amplio, es decir, tal y como era, un ser todo artificios e imposturas, nada más". Nuevamente, la compensación a-a' lograda mediante la impostura, se rompe ante el llamado a tomar la palabra. Aparece con carácter de certeza, ahora desde el público, la frase "que se hicieran ideas sobre mi persona".

Podemos situar en conclusión tres significantes, seducción, refugio e impostura, que resumen la lógica de su compensación imaginaria, tanto en el tiempo previo al desencadenamiento como en los tiempos en los que la psicosis se estabilizaba. Y luego, podemos situar dos significantes, ponerme la mano encima y tener ideas sobre mi persona, que se ubican como fenómenos elementales y que permiten ubicar el tipo clínico: una localización de goce en el Otro, que lo sitúa en la paranoia.

Hemos dejado para el final el primer significante que Althusser situara, al inicio de este apartado, como lo que ocasionaba sus depresiones, el abandono, para situar las coordenadas del pasaje al acto.

5- La locura y el pasaje al acto – la estabilización:

Antes de ubicar las coordenadas del pasaje al acto, haremos referencia a una escena ocurrida treinta años antes, que fue parte del comienzo de la relación con Helene. En los años 50, el Partido Comunista decidió expulsar a Helene de sus filas por la acusación de que había sido una espía durante la guerra. Por el contrario, Helene había participado heroicamente en la resistencia francesa, pero el PC tenía razones poco claras por las que quería expulsarla. Althusser hizo todos sus intentos para salvarla de la expulsión, movió influencias, se entrevistó con Paul Eluard, etc., pero no hubo modo. Pero luego, en la votación donde finalmente se decidía que se expulsaba a Helene, Althusser dice: "vi para mi vergüenza y estupefacción que se levantaba mi mano: lo sabía desde hacía tiempo, yo era un perfecto cobarde" (pág. 271). Él dice que sabía que con ese acto la mataba políticamente, pero no pudo contenerse. Podríamos señalar en ese efecto de mimetismo un recurso más del tipo imaginario para no tomar la palabra, pero también podríamos ubicar una posición velada en relación al goce del Otro, donde con este voto de expulsión él aniquila algo de ese Otro malo encarnado en Helene, que ya para entonces era su mujer. Creo que esto sitúa un antecedente del pasaje al acto, treinta años después.

En el año 1975 ocurren dos hechos: muere su padre, de lo que él dice poco en sus memorias, y Helene comienza análisis. Luego de haber intentado un análisis frustrado, Helene comienza análisis con su mismo analista, Diatkine, y las crisis de la pareja aumentan. Si hasta el momento había soportado pacientemente las peleas y las escenas de a tres, Helene está cada vez más angustiada.

En el año 1980, a los 63 años, le indican a Althusser una operación quirúrgica del esófago. Varias veces suspendió la operación porque decía que algo le iba a pasar cuando le dieran anestesia. Finalmente se opera, y efectivamente sale de la cirugía en un estado confusional, con alucinaciones oniroides y un delirio de persecución en el que decía que lo perseguían para matarlo. Es internado nuevamente y cuando sale de la internación se sucede la crisis final con Helene: "Me reuní con Helene y como muchas veces nos fuimos al Midi para encontrar la paz, el viento y el mar. Sólo nos quedamos ocho días y volvimos a casa: mi estado se había agravado otra vez. Fue entonces cuando Helene y yo conocimos las peores pruebas de nuestra vida. Todo había empezado en la primavera precedente, pero en forma episódica, con auténticas treguas que daban paso a la esperanza. En esta ocasión tomaron un giro implacable y duraron sin tregua hasta el fin. No sé qué régimen de vida impuse a Helene (y sé qué he podido ser realmente capaz de lo peor), pero declaró con una resolución que me aterrorizó que ya no podía vivir conmigo, que era un monstruo para ella y que quería dejarme para siempre. Se puso a buscar una vivienda de forma ostensible, pero no la encontró enseguida. Entonces adoptó disposiciones prácticas que me resultaron insoportables: me abandonaba en mi propia presencia, en nuestro propio piso. Se levantaba antes que yo y desaparecía durante todo el día. Si acaso se quedaba en casa, se negaba a hablarme e incluso a cruzarse conmigo: se refugiaba ya en su habitación, ya en la cocina, daba portazos y me prohibía la entrada. Se negaba a comer en mi compañía. Empezaba el infierno a dos a puertas cerradas en una soledad deliberadamente organizada, alucinante. Me sentía desgarrado por la angustia, como se sabe, siempre experimenté una intensa angustia de que me abandonaran, y sobre todo ella, pero aquel abandono en presencia mía y a domicilio me parecía lo más insoportable de todo".

Se trata de un momento de desencadenamiento, que llamamos locura, donde el sujeto pierde todas las referencias, donde se presenta la perplejidad en primer plano, donde se desanudan los tres registros.

La angustia con la que describe este abandono es sólo comparable a la primera, que produjo el desencadenamiento inicial, pero con otra connotación: un "dejar caer" que lo precipita en otra escena, la de un Otro absoluto del que es dejado caer, al modo schreberiano. Althusser transmite que esta vez es la decisiva: él sabe que esta vez es verdad, tiene certeza de que esta vez ella lo va a abandonar: "Me aseguraba con la fuerza de una convicción y en un tono que le conocía demasiado para dudarlo verdaderamente, que (…) aquella decisión era irrevocable (…) El colmo llegó un día en que me pidió sencillamente que yo mismo la matara, y aquella palabra, impensable e intolerable en su horror, me hizo estremecer mucho tiempo de pies a cabeza. Aún me estremece. ¿Quería significarme en cierto modo que era incapaz, no sólo de abandonarme, sino de matarse por propia mano? Todo ese tiempo infernal fue, como acabo de describir, un tiempo a puertas cerradas. Aparte de mi analista, que ella veía y yo veía, no vimos prácticamente a nadie. Vivíamos encerrados los dos en la clausura de nuestro infierno. Ya no contestábamos ni al teléfono, ni al timbre de la puerta. Parece incluso que yo había colocado, sobre la pared exterior de mi despacho un cartel que decía ausentes por el momento" (págs. 334 a 337). Finalmente dejan de atender también al analista. El analista, sin que él lo supiera, ve a Helene el viernes 14 de noviembre y le dice que la situación no puede seguir, que hay que internarlo, y ella le responde que le de dos o tres días más, es decir, hasta el lunes siguiente. Pero el domingo 16 de noviembre, a las 9 de la mañana, Althusser estrangula a Helene.

En las visitas que el analista le hace a Saint Anne, Althusser inicialmente le pregunta "¿qué hice?", marcando lo insubjetivable del pasaje al acto. En efecto, tal como vimos al comienzo, en la narración de la escena hay un blanco en la historia: él no recuerda nada, no hay nada entre el momento de los masajes previos y el momento donde ella ya estaba muerta. Sin embargo, reconstruyendo la lógica de sus dichos, encontramos una secuencia lógica: inicialmente ubicamos aquéllas escenas desesperadas donde alguien "se hace ideas sobre él" o "le pone la mano encima" como los fenómenos elementales donde el Otro toma la iniciativa. Luego, el tiempo previo al pasaje al acto como la narración del abandono de Helene, ubicable como un "dejar caer" fundamental, que desarticula todos sus recursos compensatorios: ni la seducción ni la impostura le sirven, cae ella como la que encarna el lugar de su refugio, nada le permite sostenerse en la escena. Suponemos lógicamente el retorno de goce en el Otro encarnado en Helene, quien en la amenaza de su abandono de pronto encarna el Otro malo. Más claro aún está cuando es ella la que le pide que la mate, redoblando para él la certeza del abandono que sufriría. Así, el pasaje al acto realiza las palabras de Lacan: "lo que el alienado trata de alcanzar en el objeto al que golpea no es otra cosa que el kakon de su propio ser" (LACAN 1946, 173).

Finalmente, él logra reconstruir dos teorías incipientemente delirantes sobre el pasaje al acto: una es que él la mató porque ella no hubiera podido hacerlo, en una suerte de obediencia delirante. Y la última está ubicada en los diálogos posteriores con su analista cuando él lo visitaba en su internación, a quien le dirá que fue un suicidio por interpósita persona. Es esta la teoría que sostiene en su libro, y en efecto, es la que ubica al sujeto como muerto, una vez realizado su acto. De este modo es realizado el "dejar caer" del Otro, golpeando el kakon de su propio ser, golpeando a ese Otro malo encarnado en Helene. La muerte subjetiva de Althusser es narrada literalmente: él se describe como alguien ya muerto, que deambula entre los vivos, y de hecho es la razón explícita que elije para el título de su libro: El porvenir es largo, como la eternidad que espera luego de la muerte subjetiva.

Pese a todo, esa muerte subjetiva es una estabilización en sí misma. El delirio ha cesado, los arranques de manía y de melancolía han cesado, el Otro ya no es perseguidor. Este caso muestra cómo el pasaje al acto, como intervención sobre lo real del objeto, puede estabilizar una psicosis. El momento de locura, momento de desanudamiento de los registros, logra anudarse a partir de la culpa, de la escritura del libro y de las consecuencias del pasaje al acto.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • ALTHUSSER, L. (1992): El porvenir es largo, Destino, Buenos Aires, 1992.
  • EY, H.: Tratado de psiquiatría, Toray-Masson, Barcelona, 1980.
  • LACAN, J. (1946): "Acerca de la causalidad psíquica". En Escritos 1, Siglo veintiuno, Buenos Aires, 2008.
  • LACAN, J. (1955-56): El Seminario, libro 3: Las psicosis, Paidós, Buenos Aires, 1990.
  • LACAN, J. (1958): "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis". En Escritos 2, Siglo veintiuno, Buenos Aires, 2008.
  • LACAN, J. (1973): El Seminario, libro 21. Inédito.
  • LAURENT, D. (1994): "Las autobiografías de L. Althusser o la letra ausente", en Revista Uno por uno núm. 38, Buenos Aires, Eolia ed., 1994.

NOTAS

  1. Desde aquí, dado que las citas del libro son varias, se consignará sólo el número de página de El porvenir es largo.
  2. Y lo remarca.
  3. Una anécdota de cuando era adolescente lo describe bien: fue a visitar a su padre al banco donde era gerente, sus empleados le preguntaron algo, él farfulló una orden, y ellos salieron muy serios; luego de su muerte le dijeron: a tu padre nunca le entendimos una sóla orden, pero nosotros sabíamos lo que teníamos que hacer, entonces el trabajo salía perfecto. Daba órdenes de ese modo, farfullando a los gritos. Cuando se enojaba con el hijo, le decía foutré! -un neologismo que al parecer quería decir vete a la mierda, pero no era una palabra que pudiera entenderse, sólo se entendía su tono de furia- y se iba de la casa inmediatamente.