Revista de la Cátedra II de Psicopatología | Facultad de Psicología | Universidad de Buenos Aires
ANCLA 6 - "Locuras y perversiones"
Septiembre 2016
FICCIONES

Locura, violencia y poética
(apuntes y notas sobre un hallazgo)

Alejandra Eidelberg

Estando de viaje el año pasado por el norte de Francia, un amigo de vida bohemia me invitó a visitarlo en La Faucterie, el pueblito donde reside. Me estimuló a ir con la promesa de hacerme conocer algo que, dada mi condición de psicoanalista interesada en el campo de las letras, iba a tener que recompensarle generosamente. Es decir, de entrada, mi deudor se convirtió en anticipado acreedor. Al aceptar la invitación, intenté resguardarme con una chanza nietzscheana, dado que comparto con mi amigo el gusto por La genealogía de la moral: le pregunté si debería empeñar mi cuerpo, mi libertad o mi vida. Y luego partí hacia su casa, sin esperar su respuesta.

Valió la pena. Mi amigo me presentó a su vecino, un anciano frágil y afable que tenía en sus manos un ajado papel conservado por sucesivas generaciones de su familia, de la que él era el único sobreviviente. Me explicó que se trataba de lo escrito por un antepasado suyo llamado Pierre Rivière, antes de suicidarse en la cárcel, allá por 1840; preso desde 1835, había sido condenado por haber matado a su madre, a una hermana y a otro hermano para así cumplir con la misión que creía tener, de salvar a su padre de las humillaciones de su esposa. Su relato siguió: "Nunca se supo bien si estaba un poco trastornado este muchacho, pero finalmente los que saben –los médicos y los jueces– concluyeron que sí; entonces se consiguió que le perdonen la vida, porque primero estuvo condenado a morir y después el rey le cambió la pena por la de cadena perpetua. Pero parece que el desdichado no quería vivir, y escribió esto antes de ahorcarse". El anciano me entregó entonces el escrito de su antepasado para que yo lo leyera.

Quizá sea más apropiado decir que se lo arranqué de sus manos, ansiosa como estaba al haberme dado cuenta de que se trataba del caso sobre el que Michel Foucault había publicado un libro, centrado justamente en un texto de este joven de veinte años, escrito a los pocos días de ser encarcelado y conocido como su "Memoria". Me refiero a Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano... (Foucault 2001). Recordaba bien cómo, al incluir esta explicación del hecho del crimen por parte de su autor –junto con informes médico-psiquiátricos, testimonios de testigos, artículos de prensa y dictámenes judiciales–, Foucault había logrado complejizar la estereotipada relación causal entre locura y delito; también logró impedir que la monopolización del hecho por parte de los discursos oficiales lo convirtieran en un texto ejemplificador para ser inoculado en la memoria colectiva. Sin desmentir el diagnóstico psicopatológico del Rivière, Foucault introdujo su voz como testimonio de una posición subjetiva frente al mundo que se devela como otra con respecto a la norma.

Transcribo a continuación el invaluable y desconocido segundo texto de Rivière al que tuve afortunado acceso: su "Memoria II", me animo a decir. Versa sobre el proceso de su enjuiciamiento y es aún más notablemente lúcida y coherente que la primera (cuya lectura recomiendo fervientemente); solo le he hecho algunas pequeñas correcciones de forma. Al transcribirla, y por tener alguna familiaridad con las ideas de autores como Nietzsche, Benjamin, Lacan, Balibar o el mismo Foucault, no pude dejar de reconocer en este Rivière a un genuino precursor de las mismas. Para no interrumpir el texto del autor, ubico estas relaciones hipotéticas –que el eventual lector podrá completar con la bibliografía anexada al final– como puntuaciones a pie de página.

Yo, Pierre Rivière, habiendo decidido suicidarme,

a pocas horas de llevar a cabo este acto y con la intención de dar a conocer los motivos que me llevaron a tomar esta decisión, los describo aquí en su relación con mis impresiones del proceso judicial y médico al que fui sometido. He estado presente en todas las audiencias y he tenido la posibilidad de leer los informes emanados del proceso que mi estimado cura confesor (a quien lamentablemente acaban de trasladar a otro pueblo) me ha facilitado, por conocer él muy de cerca mi gusto por la lectura. Poder leer ha sido una especie de oasis durante estos cuatro años de oscuro calabozo que llevo bajo estricta vigilancia disciplinaria.[1] Solo mentes más oscuras aún que este encierro pueden pensar que son las lecturas y sus malas influencias las que me han transformado en un "monstruo", como se me ha calificado.

Escuché rumores de que algunos me creen abatido por no haber podido expiar mi culpa a través de la pena de muerte, castigo que habría aspirado a conseguir con mi primer escrito. No es así. Dada mi idiosincrasia, distinta a la de los demás, la culpa y el remordimiento no han persistido en mí, fueron fugaces; por otro lado, como ya lo he aclarado,[2] mi madre y mi hermana eran tan indignas y culpables como yo. Lo que motiva en verdad mi deseo de no vivir más es el estado de excesivo desengaño que me habita y que está causado por los siguientes hechos que presentaré enumerados de I a X, habida cuenta de mis gustos por el orden y el sistema decimal.

I. Están los que creen que no estoy loco porque no me pueden clasificar y los que creen que estoy loco por lo contrario, porque pertenezco a tal o cual cuadro psiquiátrico ya establecido. Ninguno se ha preocupado por conocer la singularidad de mi locura, que es otra, porque ya lo decía Pascal: hay sin duda una locura necesaria y sería una locura de otro estilo no tener la locura de todos.[3] Yo estoy loco a mi manera y nadie se ha preocupado por querer saber y aprender algo de ella. He fracasado entonces en mi anhelo de gloria y trascendencia, que no se basaba solamente en mi función redentora, sino también en mi papel ejemplar para el campo de la psiquiatría.

II. Los que no me creían loco me consideraron un simple criminal y me condenaron a la pena de muerte. Los que creyeron en mi locura consideraron que mi alienación mental exigía la conmutación de esta pena por la de cadena perpetua, y su argumento finalmente ha triunfado en esta disputa de saberes médicos que los juristas y hasta el soberano Rey han debido acatar. Es la medicina la que decide hoy, no solo para hacer morir o dejar vivir, sino para hacer vivir o dejar morir.[4] Pero lo que no les disculpo ni a unos ni a otros es su tamaña ignorancia sobre lo ya demostrado a fines del siglo pasado por el Dr. Pinel, notable médico alienista del cual el Dr. Esquirol ha sido su discípulo dilecto; ambos han demostrado que los locos no son delincuentes, que no se los debe abandonar como antes (a la deriva en una nave), pero tampoco se los debe encerrar en cárceles, sino aislarlos en hospicios, para que ahí les den lo que Pinel bien llamó un adecuado "tratamiento moral".[5] Se ha comprobado lo que es de público conocimiento: a la provincia llegan siempre retrasados los avances de París. Me retracto entonces: la medicina todavía no decide por sobre los juristas, pues haciéndome vivir en estas condiciones, como un mero delincuente, me hacen también morir.

III. ¿Podrá entenderse que no soy un delincuente ni un pecador? ¡Soy loco![6] Lo desmentí en mi testimonio oral porque me abrumaba el interrogatorio; no tengo recursos para soportarlo; entonces fingí que había fingido estar loco, quiero decir que fingí el dolor que de veras sentía, el de la desesperación ante el agujero, ante la no respuesta posible frente al inquisidor: preferí la cárcel en ese momento. Al principio me sirvió, porque encontré ahí la tranquilidad para escribir, que fue lo que realmente me alivió, no el castigo en sí.[7] Todos se asombraron de la coherencia de mi primer escrito: otro signo de ignorancia que me frustra enormemente. ¿O acaso los locos no podemos crear cosas coherentes y a veces geniales que hacen hablar a la humanidad por los siglos de los siglos?[8] Además, ¿cómo no voy a tener una excelente memoria de los hechos si estos no han dejado de dolerme desde mi nacimiento? Lo que duele no se olvida. La justicia sabe muy bien que esto es así cuando aplica terribles penas.[9]

IV. Hay un detalle que a todos se les pasó por alto: yo no renuncié en mi texto a la certeza de que fue Dios quien me encomendó la misión de salvar a mi padre de mi madre; lo vuelvo a decir ahí.[10] Como mis interlocutores se horrorizaban ante la idea de que Dios pudiera mandar a matar, abandoné mis esfuerzos por fundamentarlo en mi testimonio oral y fui mucho más discreto en mi escrito. Quizás alguien con más talento que yo pueda algún día demostrar que no solo se mata por ira en estado de exaltación violenta o por la lucha contra el poder instituido; yo maté guiado por el principio de justicia, principio divino.[11] Mi violencia emanó de Dios y admito haber destrozado normas de la convivencia familiar y social, pero mi fin no era natural ni personal, era un fin redentor y la sangre derramada fue por amor a lo vivo en tanto justo. El derecho terrenal positivo no tendría que haber intervenido. Para que se me entienda bien: yo no concibo la existencia humana como mera vida, sino como existencia justa. Y mi padre no estaba teniendo acceso a ella por culpa de mi madre. Ella merecía morir como la banda de Koraj y, bajo la violencia divina, a veces también deben morir los inocentes: mi hermano, por ejemplo. Ahora estoy por ejercer la violencia divina contra mí mismo, no porque Dios me esté castigando y exija mi sacrificio, sino porque mi existencia, en estas condiciones, tampoco es justa. Soy un revolucionario individual, un solitario.

V. Se me ha acusado de cruel. Sí, lo he sido y he reflexionado al respecto. Fui un niño cruel con los animales, me gustaba descuartizarlos. A veces también he sido cruel con otros niños; me divertía atemorizándolos. ¿Acaso los romanos no festejaban la crueldad en los espectáculos de sus circos, acaso no se divertían con ella? Pero no admito que se me considere cruel por haber degollado a parte de mi familia. Insisto: no me divertí con eso, solo cumplí con el deber que Dios y la deuda de amor con mi padre me impusieron, no me guió ningún impulso del mal como pretenden algunos necios que me han condenado.[12] Yo he superado el hacer sufrir por mero goce, para pasar a ejecutar un acto de redención. Solo los ignorantes pueden confundir ambos fines.[13]

VI. Por otro lado, ¿nadie tiene en cuenta la crueldad de la justicia cuando en nombre de los más nobles ideales de la razón y la buena convivencia me condena a la pena de muerte o la reclusión perpetua? La justicia se arroga el derecho a la crueldad del ideal para combatir la crueldad de mis bajos instintos. Algo anda mal acá. ¿Debo pensar que hay una crueldad superior y otra inferior? Creo, más bien, que me condenaron a muerte como mero acto de venganza, tratando de arrojarme fuera de todo, hasta de la ley: dejé de ser un deudor para pasar a ser un resto, un desecho. Pero su crueldad también lo es.[14]

VII. Estoy convencido de que mi posición de marginal por haber ejercido una violencia fuera de todo derecho instituido provocó la simpatía del pueblo hacia mí. Si no, ¿cómo explicar que mis vecinos me dejaran ir con la hoz ensangrentada? ¿Cómo explicar que los gendarmes no me encontraran durante un mes?[15] Pero estas simpatías no mitigan mi desengaño, pues las personas suelen identificarse fácilmente con los malos para convertirlos en héroes transitorios.

VIII. He leído que, en su informe, el Dr. Vastel ha dicho que yo imagino un yugo de mujeres. No lo imagino; existe, como ya lo he dicho[16]: considero una contradicción que el siglo de las luces esté dominado por las mujeres. Y pienso que este yugo será aún más tiránico en los próximos tiempos. De todos modos, debo admitir que en mi aversión hacia ellas hay algo más que no entiendo, no puedo controlar mis sensaciones de excitación, desborde y horror cuando estoy cerca de sus fauces de perros rabiosos. Mi padre ha sido demasiado bonachón y la ley de Dios me ha orientado en mi misión redentora en la vida, pero moriré sin que me haya dicho nada sobre cómo proceder con las mujeres; sospecho que esto debo entenderlo por la relación estrecha que ellas mantienen con el diablo.[18]

IX. En este penúltimo punto quiero incluir una dosis de humor, algo negro, como se dice. Si a mí algunos me consideran un idiota, ¿qué queda por pensar de los que escriben en sus informes médicos que no lo soy porque nunca me caí de cabeza y entonces tengo el cerebro bien, o que veo diablos porque pienso o leo mucho de ellos?, ¿y qué, de los que informan que encontraron a mi madre degollada, "despeinada como siempre" y con "el puchero en el suelo" y a mi hermana con los huesos hechos "papilla"?[18] Mi locura singular me impide, afortunadamente, decir semejantes idioteces que se deben a la locura universal.

X. Finalmente, dejo constancia también de mi pesar por haberse ignorado mi vocación poética. Vuelvo a transcribir ahora, ya a minutos de mi muerte, el epitafio para el arrendajo que enterré y que supe repetir al conocer mi sentencia de muerte: "Entre los vivos, antes estuve. / De los cuidados de un ser humano fui objeto / La esperanza decía que un día de mi lenguaje / Todos los pueblos pasmados me harían gran homenaje / Y morí".

Aquí concluye la segunda Memoria de Pierre Rivière. Tanto a mi amigo –poeta– como a mí, su final nos conmocionó. Un día de mi lenguaje: la palabra de Pierre Rivière se hizo primera persona[19] antes de callar para siempre y ser traspasada a otros con el fin de que la descifren, en el merecido homenaje que su afán de grandeza pretendía, convertido él mismo, paradojalmente, en arrendajo. También su mirada oblicua[20] pretendía quizás dejar de ser leída lombrosianamente como aviesa, torba y de malas intenciones para poder mostrar su capacidad de ver más allá, como solía definirla la fotógrafa Grete Stern; una mirada atravesada por el error, la duda y la sospecha necesarias para poder inventar otras respuestas a lo establecido. Me hago cargo de lo que Etiénne Balibar (2005: 105) sugiere lúcidamente: querer descifrar a Pierre Rivière implica mi propia fascinación por la violencia.

Nota/post scriptum:

Tiempo después de este hallazgo, y sin haberlo dado a conocer a nadie, decidí que su mejor destinatario sería el ámbito académico de la Universidad de Buenos Aires. He enviado un ejemplar a la cátedra de Teoría Literaria II de la Facultad de Filosofía y Letras, pues me comentaron sobre las investigaciones que llevan a cabo sus integrantes en torno a Foucault y el caso Rivière; y otro ejemplar, a la cátedra II de Psicopatología de la Facultad de Psicología, para que sea publicado en su revista dedicada al tema de las locuras y las perversiones. Espero que sea de alguna utilidad. Transcribo a continuación la bibliografía que fui indicando en mis notas a pie de página.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • BALIBAR, Étienne (2005): "Violencia: idealidad y crueldad", en Violencias, identidades y civilidad. Para una cultura política global, Barcelona: Gedisa.
  • BENJAMIN, Walter (2001): "Para una crítica de la violencia", en Para una crítica de la violencia y otros ensayos, Madrid:Taurus.
  • FOUCAULT, Michel (2001): Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano..., Barcelona: Tusquets.
  • FOUCAULT, Michel (2002): "Clase del 17 de marzo de 1976", en Defender la sociedad (Curso en el Collège de France), México: Fondo de Cultura Económica.
  • FOUCAULT, Michel (2006): "La guerra en la filigrana de la paz", en Genealogía del racismo, La Plata: Altamira.
  • LACAN, Jacques (1995): El Seminario, Libro 3, Las Psicosis, Buenos Aires: Paidós.
  • LACAN, Jacques (2008): "Kant con Sade", en Escritos 2, Buenos Aires: Siglo XXI.
  • LANTÉRI-LAURA, Georges (2000): Ensayos sobre los paradigmas de la psiquiatría moderna, Barcelona: Triacastela.
  • NIETZSCHE, Friedrich (1983): La genealogía de la moral. Un escrito polémico, Madrid:Alianza.

NOTAS

  1. Llama la atención el tono foucaltiano de esta expresión de Rivière. Véase M. Foucault (2002).
  2. Se refiere a lo que dice en su "Memoria". Véase M. Foucault (2001: 128).
  3. También Lacan (1960: 29) se ha servido de esta cita de Pascal en varios momentos de su enseñanza.
  4. Nuevamente Rivière parece tomar una cita foucaultiana. Véase M. Foucault (2002: 218).
  5. Tiene razón Rivière. Sobre este tema, véase G. Lantéri-Laura (2000) en sus desarrollos sobre el primer paradigma de la historia de la psiquiatría.
  6. Nietzsche (1983: 101) pone en boca de los dioses paganos una frase similar cuando defiende la locura.
  7. Rivière se diferencia en este punto de Aimée, el caso en el que Lacan se basa para escribir su tesis de doctorado en psiquiatría sobre el tema de la paranoia de autopunición.
  8. Las dos "Memorias" de Rivière podrían ponerse en una serie con las Memorias de un enfermo nervioso de Schreber y, aunque en un registro diferente, con el Finnegans Wake de Joyce. Está comprobado clínicamente la función estabilizadora que cumple la escritura y el lazo social y sublimatorio que permite en muchos casos.
  9. Nuevamente Rivière muestra su veta nietzschena. Véase F. Nietzsche (1983: 69-70).
  10. Se refiere a lo que dice en su "Memoria". Véase M. Foucault (2001: 121).
  11. ¿Fue acaso Walter Benjamin ese "alguien con más talento" que Rivière anhela? Véase W. Benjamin (2001) cuando desarrolla su idea sobre la "violencia divina".
  12. Posiblemente Rivière se esté refiriendo acá al Dr. Bouchard, quien, durante el juicio, lo consideró un asesino depravado con uso de razón.
  13. En ambas conductas de Rivière están presentes la mutilación y el corte. Lacan sostiene que en la psicosis, el corte suele darse en lo real del cuerpo porque falta la inscripción de la ley como corte en el registro simbólico.
  14. Dirá Nietzsche (1983: 71, 74 y 107) en consonancia con Rivière: "¡cuánta sangre y horror hay en el fondo de todas las 'cosas buenas'!"; "el imperativo categórico huele a crueldad"; "cuán caro se ha pagado en la tierra el establecimiento de todo ideal". Dirá Balibar (2005: 109) que el lugar que ocupa la pena de muerte en la economía de la violencia legal roza los límites de la crueldad como resto, feroz y sádica. Dirá Lacan (2011: 727-51): "Kant con Sade".
  15. Que las conductas marginales puedan a veces provocar la simpatía de los otros es una idea benjaminiana. Véase W. Benjamin (2001: 26-27).
  16. Se refiere a su primer "Memoria".
  17. Lacan (1995) vería en este punto un signo diagnóstico indudable de psicosis: forclusión de la ley del Padre que regula el goce y señala la carretera principal hacia una mujer; y del lado materno, un deseo que no está ligado al amor, sino a las fauces superyoicas de bestias devoradoras, de las que se defiende con sus escrúpulos obsesivos.
  18. Estos datos se encuentran en los informes judiciales. Véase M. Foucault (2001: 25, 27, 139, 144-45, 170-73).
  19. En su anterior "Memoria" el poema estaba en tercera persona. Lo transcribo: "Entre los vivos, antes estuvo. / De los cuidados de un ser humano fue objeto / La esperanza decía que un día de su lenguaje / Todos los pueblos pasmados le harían gran homenaje / Y murió". Véase M. Foucault (2001: 58).
  20. Así se lo describe en varios de los informes médicos. Véase Foucault (2001: 34).