Revista de la Cátedra II de Psicopatología | Facultad de Psicología | Universidad de Buenos Aires
ANCLA 7 - "Locuras y perversiones II"
Septiembre 2017
ELUCIDACIONES

… : de la zozobra al borde escrito [1]

Alejandra Eidelberg

La atracción de …

Una mujer recibe de un hombre una breve nota de la que ella resalta la siguiente frase: "Yo te escucho, leo, tomo, suspendo, y así…". Este recorte precipita que la fascinación y la zozobra queden soldadas y pongan en ebullición un cráter: el agujero en su saber, el agujero en su saber sobre lo que ella es para él y en su saber de lo que se trata en la relación entre ambos.

Como esta vez no queda detenida en la pregunta, un vínculo sin nombre definido va tomando formas variadas y perdura durante un par de años. Para ella, en ese lazo, el amor, el humor, la ternura conviven y disputan terreno con la fragilidad de la que ya daba cuenta la esquela; fragilidad que muchas veces amenaza con dejarle las marcas estragantes de la angustia que excede el goce fantasmático de la privación y que, otras veces, también provoca su odio.

Sin embargo, es ella misma quien procura renovar ese riesgo buscando activamente ser escuchada, leída, tomada, suspendida, y así… Se trata de correr el loco riesgo de caer de un sostén que, paradójicamente, solo lo es por no serlo o por serlo solo de manera muy inestable. Así conserva el vértigo de la amenaza de ser puesta en suspenso y retomada por él de diversas maneras, hasta el infinito: …

Los puntos suspensivos no puntúan como el punto final, no metaforizan paternalmente como un punto de capitón con efecto retroactivo de significación. La multiplicación por tres, más bien diluye ese efecto. Y algo más: se trata de un signo escrito que se lee, pero no como palabra. De ahí el interés para pensarlo desde el psicoanálisis en su articulación con la fatal atracción que puede ejercer en una mujer –para quien no todo pasa por la palabra– el hecho de que un hombre la roce con una grafía.

Gracias a los efectos de esa esquela en ella, los puntos suspensivos serán objeto aquí de algunas lecturas que he intentado hacer en su relación posible con la cuestión de lo femenino y de lo escrito.

Lecturas de …

Los puntos suspensivos se llaman así porque son signos de puntuación que dejan en suspenso el discurso, lo interrumpen. Es decir: traban la proliferación del gocesentido fálico, goce del blablá. Cuando el discurso encalla y el semblante que es su agente tambalea, el sentido queda en suspenso, detenido, en souffrance, y remite a la letter (carta-letra) que, desprovista de palabras y mensaje, sin embargo está a la espera de ser leída y feminiza a quien cae bajo su sombra.

Si bien los tres puntos no se leen como palabras, dan un tono que se connota de afectos que resuenan en el cuerpo: los de la duda, el temor, la vacilación o el suspenso. En esta pausa discursiva, algo del orden del no-todo fálico asoma como índice de lo real del cuerpo, y puede imantar mucho a una mujer si es un hombre quien le abre esa posibilidad de la contingencia, de un conjunto abierto, aun cuando la falta de un cierre conlleve la zozobra.

Por otro lado, los puntos suspensivos al final de una secuencia y de la expresión "y así…" no solo dejan algo abierto, también adquieren el mismo valor que la palabra "etcétera" y basculan hacia la lógica masculina. Prometen entonces la repetición de la secuencia como repetición sintomática, necesaria, de lo que no cesa de escribirse: el amor en su rasgo cuasi erotomaníaco, en su vertiente dramática de eternidad, que podría compensar imaginariamente la zozobra de lo real de la contingencia. Una mujer puede montar así la ilusión de ser la única como síntoma de un hombre que sabe seducirla con su suspenso, de la misma manera que el escritor de folletines amorosos seduce a cada una de sus lectoras con su "continuará".

Ella insiste en repetirse para que él la escuche y crea que tiene algo para decir, también para que la descifre. Pero ella, en verdad, insiste para que él la lea como lo más nodal de su síntoma, porque ella aspira a ser la única en encarnar el hueso duro sintomático de este hombre; aspira a ser su grafía exclusiva: sus puntos suspensivos que solo se escriben, y repetidamente, como letra de goce que opera en adición y adicción salvaje, como un objeto fractal que adquiere formas extravagantes.

Hay que decir que, afortunada o desafortunadamente, fracasa en su intento. Y entonces los puntos suspensivos devienen, como lo señala Lacan en "RSI", "puntos de interrogación en la no-relación". Pero ella se apresura a disolverlos y responde: reticencia. Eso es lo que a él le pasa: es un hombre reticente en sus afectos. Entonces, se impone olvidarlo. Esta respuesta demuestra ser eficaz para evitar la pendiente melancolizante, pero al mismo tiempo da cuenta de que los puntos suspensivos aún la imantan. ¿Por qué? Porque reticências , por un lado, es la traducción que les corresponde en la lengua portuguesa; por otro, en retórica, la reticencia es una figura de omisión que consiste en dejar incompleta una frase, destacándose así lo que se calla.

Bordes de …

Es entonces, y recién entonces, cuando los puntos suspensivos –devenidos translingüísticamente reticencias– la devuelven a ella a su propia reticencia estructural; es decir: a lo más propio de su imposibilidad de decir, de nombrar, de saber. Esto ya opera como un borde que demuestra rozar un sentido más real que el de interpretar imaginariamente la supuesta avaricia afectiva de su imposible partener. Y, afortunadamente, le permite comenzar a literalizar y litoralizar un borde a su agujero en el saber: de llenarlo con la zozobra (que sobraba como exceso, rebasándolo) pasa a bordearlo con lo escrito que resta de la zozobra como plus: letra punteada, punteo letrado que ciñe su indeterminación significante de una manera nueva.

Y es entonces, también, cuando ella descubre y tiene que asumir que siempre podrá querer a un hombre que la seduce, casi sin proponérselo, al transmitirle el entusiasmo por un detalle insignificante: los puntos suspensivos que, como bien dice Lacan, solo valen por su referencia a la escritura.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Lacan, J. (1956): "El seminario sobre 'La carta robada'", en Escritos I, Buenos Aires, Siglo XXII, 2008.
  • Lacan, J. (1972-73): El Seminario, Libro 20, Aún, Barcelona, Paidós, 1985.
  • Lacan, J. (1974-75): "RSI", Seminario 22, clase 21-1-75, inédito.
  • Miller, J-A. (19917-98): El partenaire-síntoma, Buenos Aires, Paidós, 2011
  • Miller, J-A. (2011): "Leer un síntoma", en Lacaniana12, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, EOL, 2012.

NOTAS

  1. Una primera versión de este trabajo fue presentada en la Jornadas anuales de la Escuela de la orientación lacaniana (EOL), de 2014.